Que las generaciones actuales hemos crecido en estatura con respecto a las del pasado, es algo que a ningún adulto se le escapa; no tememos más que comparar a nuestros abuelos, o el recuerdo que tengamos de ellos, con nuestro hijos y nietos y nos daremos cuenta de la significativa diferencia.
Si alguien visita el Museo Naval de Madrid, podrá observar en una de sus vitrinas el uniforme del almirante Méndez Núñez (1824-1869) y supondrá por su tamaño que se trata de un traje de comunión de “marinerito”. ¿Quién lo diría viendo el grabado?
Este tema del crecimiento de los hombres de Villamanrique en los últimos tres siglos (de la mujeres no hay datos) lo trataremos otro mes; en éste me propongo analizar una situación concreta: la de la población que entre 1808 y 1814 tuvo la desdicha de enfrentarse al ejército más poderoso del mundo en aquel momento, el de Napoleón, y de hacerlo con enorme coraje, pese a su menguada estatura; de aquí ese apelativo cariñoso de “locos bajitos”, parodiando el título de la famosa canción de Serrat.
No es que los franceses de entonces fueran gigantes al lado de los nuestros, pero Napoleón, que ha tenido fama de bajito durante mucho tiempo, medía 1,680 m., según un estudio reciente y muy fiable de sus restos mortales. Los mismos estudiosos de la estatura de Napoleón aseguran que esa era la talla media de los franceses de la época. No eran muy altos, es cierto, pero ¿saben cuál era la talla media de los 72 hombres de Villamanrique que fueron alistados al ejército en 1808? ¡1,389 m.!, es decir, 30 cm. menos que los franceses. ¿Eran bajitos, o no?
El año pasado llegó al Ayuntamiento de Villamanrique, enviado por el Archivo de Castilla la Mancha, la copia facsímile de un documento elaborado en este pueblo el 18 de agosto de 1808. Se trata del “padrón” de hombres disponibles para el ejército, de acuerdo con la proclama de 8 del mismo mes, emitida por la Junta Permanente de gobierno y Tranquilidad Pública de Toledo y su provincia, en la que estaba incluido Villamanrique.
Según disponía la mencionada proclama, debían ser alistados como posibles reclutas, todos los varones con edades comprendidas entre los 16 y los 40 años. Esto no significa que fueran movilizados todos; su incorporación a filas dependería de las circunstancias físicas y familiares de los alistados y de las necesidades del ejército, además de las posibilidades de dar la orden de incorporación, pues en una guerra en la que el término de Villamanrique, y el de otros pueblos aledaños, cambió de manos varias veces entre el ejército francés y el español, éste tenía mucha dificultad para llamar a filas y obligar a cumplir el llamamiento.
Aquel 18 de agosto de 1808, el escribano de hechos del Ayuntamiento, Pedro Antonio Vecino, que era el equivalente al secretario actual, escribió en el encabezamiento del citado padrón: “…certifico y doy fe en la forma que me es permitido ante los Señores que el presente vieren, cómo en el día dieciséis del corriente se procedió al alistamiento que se ha mandado hacer por la Junta Permanente de Tranquilidad Pública de la ciudad de Toledo, asistiendo a dicho alistamiento los señores que componen este Ayuntamiento y el Sr. Cura, y no asistiendo el procurador síndico general por hallarse convaleciente de una enfermedad, y el que se hizo saber es el siguiente”.
A continuación aparece el listado de 72 nombres de vecinos de Villamanrique, en una especie de ficha con los siguientes datos: nombre y primer apellido (rara vez figuran dos), profesión, estado civil, con quién convivía, edad, talla en las medidas de entonces (pies, pulgadas y líneas) y alguna observación, como lugar de nacimiento cuando no era del pueblo, animales de tiro de su propiedad; alguna circunstancia familiar como número de hijos o si sus padres dependían de su trabajo, etc.
Del análisis de estos datos se pueden deducir algunos aspectos de la forma de vida que llevaban los manriqueños de aquel tiempo.
En primer lugar me referiré individualmente a un personaje que ya conocemos en este blog, Hipólito Arroyo (Vs. Sección biografías). En el artículo sobre él publicado decía que no había tenido hijos, pero en su ficha de filiación, que no tuve en cuenta por olvido, consta que tenía uno. No obstante ese hijo debió de morir siendo un niño, algo muy frecuente en la época y más con una guerra y posguerra por medio, porque en el padrón municipal de 1838 ya no convivía con sus padres, ni se encontraba en el pueblo pese a ser ya, de haber vivido, un rico heredero; sin embargo aparece empadronada con Hipólito y su esposa una sobrina. La talla de Hipólito, según el mencionado listado, era de 5 pies y 3 pulgadas, lo que equivale a 1,463 m., por tanto era de los más altos.
Otros individuos destacables de la lista son los de mayor y menor talla. El más alto era Vicente Fernández Tirado, de 31 años de edad, labrador propietario de una yunta, casado, con dos hijos, y con una estatura de 1,509 m. El más bajo era Bonifacio Sáez, de 16 años, soltero que vivía con sus padres, labradores de una yunta, y medía 1,114 m. Podemos pensar que al tener sólo 16 años crecería más, pero seguro que no mucho, porque con esa edad en aquella época ya casi se había alcanzado la madurez física, y si consideramos que la talla media de los individuos de ese listado pertenecientes al grupo de edad comprendida entre 16 y 20 años era de 1,342 m., veremos que eran los más bajos en comparación con los otros grupos de edades; era una generación en decadencia física.
En cumplimiento de las instrucciones recibidas para la confección del listado, los hombres debían ser clasificados en 5 clases, pero en Villamanrique no había nadie de la 2ª y 4ª, por lo que formaron tres grupos: 1ª clase, compuesta por los solteros o viudos sin hijos (34 solteros y 1 viudo); 3ª clase, formada por los casados sin hijos (8 hombres), y 5ª clase, formada por los casados o viudos con hijos (27 casados y 2 viudos).
De esos 72 hombres, 3 tenían como profesión la de aserrador, que eran los que se ganaban la vida haciendo tablones y vigas de los troncos que bajaban en las maderadas conducidas por el río entre las sierras del alto Tajo y Aranjuez.
Otros oficios minoritarios eran los de: carretero (1), herrero (1), panadero (1), zapatero (1), pastor (3) y sacristán (1). El total de estos oficios suponía sólo el 15,28% de la población laboral.
Sólo había un hombre con estudios, Lorenzo Vara y Soria que tenía titulación de Bachiller en Leyes; en aquel año contaba con 23 de edad, era soltero, convivía con sus padres y medía 1,346. Como observamos, tampoco los hijos de familias pudientes eran muy altos, por lo que la estatura hemos de relacionarla más con la calidad que con la cantidad de alimentación.
El grueso de los trabajadores, se dedicaba a la agricultura, eran 60 (83,33%) y se distribuían así: 42 (58,33%) trabajaban tierras ajenas, bien como sirvientes de labor fijos 22 (30,56%) o como jornaleros 20 (27,77%), y 18 labradores propietarios (25%); 14 de ellos sólo tenían una yunta de mulas; uno tenía una yunta de burros; otro tenía dos yuntas de mulas; otro tres, y otro dos yuntas bueyes. Todavía era frecuente ver arando las tierras con bueyes, pero mucho más tirando de grandes carretas que se dedicaban al transporte de la sal.
La situación familiar arroja una media de 2 hijos por familia, bastante corta para aquel tiempo, y un número de 14 viudas con hijos frente a 3 hombres en la misma situación.
La mayoría de los alistados, 58, eran naturales de Villamanrique, pero había 14 nacidos en pueblos más o menos próximos: 4 de Villarejo de Salvanés; 2 de Santa Cruz de la Zarza; 2 de Almendros; 2 de Fuente de Pedro Naharro, y uno de cada una de las siguientes localidades: Morata de Tajuña, Tarancón, Belinchón y Puebla de Don Fadrique.
El hecho de figurar la edad de los alistados permite tener una idea aproximada de cómo era la pirámide de edades. Aunque no esté toda la población, y ni siquiera la masculina, sino hombres entre 16 y 39, eran un total de 72, equivalente a la cuarta parte de la población (280 habitantes), y aproximadamente a la mitad de los varones, por lo que la gráfica es bastante fiable.
Podemos apreciar en ella la forma típica correspondiente a una población subdesarrollada, con una base bastante amplia y una rápida disminución hacia arriba. Es una forma propia del llamado “Antiguo régimen demográfico”, caracterizada por su elevada natalidad, su fuerte mortalidad infantil y su corta esperanza de vida, que es lo que mejor se aprecia en la gráfica si observamos que los hombres situados entre los 36 y los 39 años son la mitad de los situados entre 16 y 20.
En cuanto a las estaturas, la distribución por edades es bastante sorprendente, pues nos permite ver una progresiva disminución de la talla de los más viejos a los más jóvenes, pues, como vemos en la gráfica, la talla media de los nacidos entre 1769 y 1762 era de 1,428 m. frente al 1,342 de los nacidos entre 1788 y 1792; la disminución es de 86 mm. en un período de 20 años. La explicación a ese fenómeno es muy sencilla: hambre.
Es evidente que una población con alimentación suficiente y de calidad alcanza mayor estatura que aquellos que pasan hambre. Pero incluso en esto del crecimiento no basta con comer todos los días una dieta de calorías suficiente, ni siquiera tomar más de las necesarias, sino que es precisa una aportación adecuada de vitaminas y calcio. Por eso no es extraño que encontremos en este listado hombres como Lorenzo Vara y Soria, hijo de familia acomodada, que medía 1,346 (43 mm. menos que la media) pese a tener asegurada la dieta de calorías necesaria a diario. Esa dieta era esencialmente de pan y harinas en forma de gachas, carne, principalmente de oveja, y grasas de origen animal (manteca y tocino sobre todo); el único pescado era bacalao en salazón que se comía casi exclusivamente en cuaresma; consumían pocas verduras y frutas, y en cuanto a los lácteos, la principal aportación de calcio a nuestra actual dieta, sólo se consumía el queso de forma esporádica. Precisamente los tres pastores que aparecen en el listado son ligeramente más altos que la media; su talla media es de 1,408 (19 mm. más que la media general). Es posible que sea una simple casualidad, pero lo que no cabe duda es que los pastores consumían más queso que los demás, y leche fresca, algo que los que no se dedicaban al pastoreo tomaban sólo en caso de enfermedad.
Ese régimen alimentario era seguido por toda la población en general con pocas excepciones, por lo que no podía crecer tanto como una población con mayor consumo de lácteos, frutas y verduras, como es el caso de otras poblaciones europeas e incluso de los españoles del norte, donde la ganadería vacuna tenía más arraigo.
Pero la disminución progresiva de la talla que apreciamos en la gráfica no se explica sólo por la falta de ciertos alimentos, sino por la falta de alimentos en general; por el hambre que pasaron cuando eran niños esos muchachos que en 1808 tenían entre 16 y 20 años, y el hambre de sus madres cuando les estaban dando el pecho.
Durante los siglos anteriores a la Revolución Industrial (en España hasta el siglo XIX inclusive) la alimentación de la población no estaba casi nunca afianzada; los rendimientos agrícolas eran muy bajos y cuando venía un período de sequía, que podía durar más de un año, el hambre estaba asegurada para grandes sectores de la población. Si a eso se unía alguna epidemia (la desnutrición era su mejor aliada), la situación se hacía más grave por la falta de mano de obra y la pérdida de horas de trabajo para producir alimentos. Para culminar ese estado de cosas sólo faltaba una guerra; en tal caso, el desastre era ineludible. El hambre y la enfermedad se llevaban por delante a muchas criaturas, tal vez por eso la media de hijos por familia en aquel momento en Villamanrique era sólo de 2, cuando en épocas anteriores y posteriores eran de entre 3 y 4. Los niños que sobrevivían a esa situación pagaban la desnutrición con un escaso desarrollo físico y mental. Eso sigue siendo así en este mudo en que vivimos; frente a las dietas de adelgazamiento de los países ricos, hay más de mil millones de seres humanos que carecen de la alimentación necesaria para sobrevivir.
España había pasado un siglo de miseria, el XVII o siglo de Oro de la cultura, en el que experimentó un retroceso de la población durante el cual algunos pueblos desaparecieron o estuvieron a punto, Villamanrique entre ellos, pues de los 100 vecinos que declaraba tener en 1575 había disminuido a 20 en 1754 (véase el artículo sobre la evolución de la población).
Pero la segunda mitad del siglo XVIII llegó con mejores perspectivas y hubo una clara e importante recuperación bajo el reinado de los monarcas ilustrados de la nueva dinastía Borbón: Fernando VI y Carlos III. Especialmente durante el reinado de éste último (1759-1788) los españoles alcanzaron un estado de bienestar que no se conocía desde dos siglos antes; siempre con la amenaza de malas cosechas por sequía, como la de 1766 que se manifestó en Madrid capital con el llamado Motín de Esquilache, por la carestía del pan.
En esa época de bonanza nacieron y se criaron los vecinos de Villamanrique que en 1808 dieron las tallas más elevadas; sin embargo los dos últimos grupos, los nacidos entre 1783 y 1792, fueron sorprendidos en la infancia y adolescencia, o desde su mismo nacimiento, por una situación de crisis alimentaria prolongada, en cuyo origen confluyeron tres elementos característicos: malas cosechas por sequía, epidemia de fiebre amarilla y guerras. A esos niños que crecieron tan poco no sólo les faltó el necesario aporte de calcio y vitaminas del que también carecían los de generaciones anteriores, sino que les faltó el pan, lo más básico en la alimentación de la época.
El reinado de Carlos IV coincidió con varias crisis de producción por sequía que se vieron agravadas por una epidemia de fiebre amarilla de varios años de duración, y afectó a España de forma intermitente entre 1798 y 1821. A ello hay que sumar una mala racha en las relaciones internacionales que dio lugar a guerras contra la Francia revolucionaria (Guerra de la Convención 1793-94), contra Portugal (la llamada Guerra de la Naranjas en 1802), y contra Inglaterra, que en las batallas del Cabo de San Vicente (1797) y Trafalgar (1805) aniquiló la flota española, garantía del comercio con las colonias americanas.
En el archivo de Villamanrique se encuentran varios documentos que registran algunos de los factores del hambre mencionados. Uno, de 1801, nos informa que, con ocasión de la epidemia de fiebre amarilla, el Ayuntamiento hubo de comprar “dos lavativas que se trajeron de Madrid para medicinar la muchedumbre de enfermos que ha habido en esta villa”.
También hay varios documentos que nos informan sobre los gastos causados al Estado con ocasión de las guerras y de su recaudación entre los habitantes, y sobre la movilización de soldados. Baste como ejemplo una orden de la Intendencia de Toledo, fechada el 21 de abril de 1794, y comunicada por el gobernador de Ocaña, que dice: “En contestación a la de V. S. de 20 de este mes he de decirle que el repartimiento de los 170 hombres que han correspondido a esta villa y pueblos de su partido, debe hacerse con arreglo al vecindario de cada uno que consta en la certificación que remití a V. S. con orden de 14 de este mes y se tuvo presente por esta contaduría principal de intendencia para formar el repartimiento por mayor de los hombres con que debe contribuir cada uno de los partidos de que se compone, y para que esa contaduría de rentas efectúe el del pormenor con la equidad que quiere el rey se proceda debe V. S. averiguar en numero de reclutas voluntarios con que haya contribuido cada pueblo a consecuencia de las anteriores reales órdenes, pidiendo para ello a sus justicias certificaciones que acrediten los tales reclutas, sus nombres y regimientos a que fueron destinados …”.
Como consecuencia de las malas cosechas, la epidemia y la guerra se desató una hambruna similar a las que caracterizaron el siglo XVII. La mejor “radiografía” de esa situación nos la ofrece la gráfica de la evolución del precio del trigo (alimento básico) entre 1742 y 1808.
En ella apreciamos que durante los reinados de Fernando VI y Carlos III, entre 1746 y 1787, el precio oscila entre 19 y 40 reales fanega, según las cosechas. Pero entre 1790 y 1808, reinando Carlos IV, observamos una subida sin precedentes inmediatos, que se sitúa en los 100 reales en 1802, año funesto en el que coinciden varios años seguidos de sequía, la epidemia de fiebre amarilla y la Guerra de la Naranjas.
En 1802, esos muchachos tan bajitos de Villamanrique tenían entre 10 y 14 años; estaban en pleno desarrollo físico. Sobrevivieron al hambre, a la peste y a la guerra, pero en 1808 les esperaba otra calamidad más cruel, la Guerra de la Independencia contra Napoleón, al que derrotaron con ayuda de Inglaterra después de 6 años de lucha, y seguida de una atroz posguerra. Algunos de ellos tuvieron que soportar también la primera guerra carlista 25 años después.
Torremolinos 23 de octubre de 2009.