Diversiones de los antepasados

El entretenimiento en el tiempo de ocio forma parte de la condición humana; los habitantes de Villamanrique en tiempos pasados no fueron una excepción. A pesar de la vida tan dura que llevaba aquella sociedad de agricultores, con tantas jornadas y horas al año dedicadas a unos trabajos agrícolas poco rentables, no faltaban los momentos en que no había nada que hacer en el campo o en sus tareas artesanales, y ese tiempo lo dedicaban al descanso y a la diversión. Las formas de divertirse de aquella sociedad no eran en el fondo muy distintas de las de ahora (comidas y bebidas especiales, bailes, practicar el humor, juegos diversos…), pero sí lo eran en la forma y en los medios utilizados.

Me propongo aquí mostrar algunas de esas formas y medios de diversión, algunos de los cuales ya han desaparecido, para que podamos comprender un poco mejor la sociedad de nuestros antepasados; su forma de vivir y de relacionarse entre ellos. Desgraciadamente no hay crónicas ni narraciones de cómo eran esos momentos de diversión, sino que nos tenemos que basar en noticias indirectas llegadas a través de documentos oficiales, muchos de los cuales son expedientes judiciales, porque desgraciadamente algunas de esas diversiones acababan en enfrentamientos y riñas en las que tenía que intervenir la autoridad.

En primer lugar me voy a referir a las fiestas de forma general, ya que en otros artículos aquí recogidos han sido publicados sendos informes sobre las fiestas locales que aún se celebran: la de Jesús y la de San Marcos.

Desde la fundación del pueblo en 1480, o al menos desde el siglo XVI se vinieron celebrando tres fiestas locales; dos de carácter mayor: San Sebastián (20 de enero) y Santa Fe (6 de octubre) y otra menor, San Gregorio Nacianceno (9 de mayo). No tenemos información de ningún tipo respecto al siglo XVII, pero sabemos que en el XVIII la fiesta de San Gregorio había sido sustituida por la de San Marcos, que pasaba a ser una de las dos mayores, desplazando en importancia a San Sebastián.

Con ocasión de las dos fiestas mayores, el Ayuntamiento daba una “caridad”, es decir, repartía alimentos y bebida entre los asistentes: pan, queso, almendras, garbanzos tostados, vino, etc.; y en la de San Marcos, ya a mediados del siglo XIX, sabemos que invitaba a “tortas pintadas”, antecedente de los hornazos que aún se consumen durante esos días.

Desde aproximadamente 1880 se celebra la fiesta de Jesús, que ha desplazado a la de Santa Fe, y sabemos que ya en esa época venía a Villamanrique una banda de música que amenizaba los festejos. Al contrario de lo que sucede con los hornazos de San Marcos, no tenemos constancia escrita de ningún alimento especial para esos días, pero sí sabemos que se solía hacer bollería y albóndigas o carnes en salsa, con algún día de antelación para poder disfrutar las fiestas sin necesidad de cocinar esos días.

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Goya: corrida de toros

Durante los días de fiesta local, además de los actos religiosos, era costumbre organizar bailes públicos en la plaza o en locales particulares y competiciones de cucaña, de galgos, de tiro y “carreras de cintas”, realizadas a caballo hasta que se impuso la bicicleta. Además, como ahora, en San Marcos se iba a “correr el hornazo”.

Sin embargo la costumbre de realizar durante las fiestas corridas de toros es muy reciente; se puede afirmar que hasta la segunda mitad del siglo XX no hubo toros en Villamanrique, salvo alguna excepción. Se trata de un espectáculo demasiado caro para un municipio pequeño, del que se obtiene poco o ningún beneficio. El rey Fernando VI llegó a prohibir las corridas de toros en toda España en el año 1754, según se comprueba en un Real Decreto conservado en el archivo de Villamanrique, porque la especie parecía al borde de la extinción debida a la “gran mortalidad, que ha experimentado el ganado, por la esterilidad de pastos, y el abuso que ha introducido el uso de las carreras y festejos de toros”.

También sabemos que algunos vecinos de Villamanrique acudían a las fiestas de los pueblos cercanos. Es, por ejemplo, el caso de un vecino llamado Marcelo López que se vio envuelto en una reyerta al regresar una noche de las fiestas de Fuentidueña; la tarde del 9 de septiembre de 1827, unos muchachos, entre los que se encontraba un hijo de Marcelo, cogieron melones del melonar del sacristán Ramón Villar pero fueron descubiertos y conducidos al calabozo municipal, donde permanecían encerrados cuando por la noche regresaba Marcelo de la “función de Fuentidueña”. Éste, cuando se enteró, montó en cólera y, en lugar de reprender a su hijo, cogió una bayoneta que tenía por ser miembro de los Voluntarios Realistas y se dirigió a casa del sacristán al que amenazó e insultó. A su vez, el sacristán llamó borracho a Marcelo. Se formó un tumulto, en el que intervinieron varios familiares de uno y otro, en el que salieron navajas y hasta alguna escopeta, pero afortunadamente intervino primero el cura, quien hizo llamar al alcalde y a otros voluntarios realistas, y entre todos consiguieron detener la pelotera sin mayores consecuencias, pero tuvieron que encerrar a Marcelo, recién llegado de la fiesta de Fuentidueña, y seguramente algo bebido, pese a que el viaje a lomos de un borriquillo no se hacía, como ahora, en pocos minutos.

En lo referente a los juegos que se jugaban en Villamanrique en siglos pasados, no tenemos documentos que nos indiquen en qué se entretenía la población más joven, aunque podemos deducirla por los juegos populares que se han practicado hasta bien entrado el siglo XX; por ejemplo las niñas jugaban a la comba y al truque, entre otros, y los chicos a la taba, el gua, la “tabardilla”, el salto conocido como “a la una va la mula”, etc., aunque algunos muchachos se divertían haciendo gamberradas, como la que se encuentra recogida en una denuncia puesta en 1831 por el párroco de la localidad, don Juan José Zabala, contra unos jovenzuelos que habían tirado piedras al tejado y a las campanas de la iglesia, llegando a cascar una de ellas, quizás se trate de la misma campana que hemos conocido cascada hasta 1960 en que fue derribado el edificio de la iglesia antigua.

Frente a la falta de información sobre juegos infantiles, el archivo municipal sí contiene documentos que nos informan sobre algunos de los juegos practicados por los adultos, porque algunas veces terminaban en riñas; eran principalmente dos: el boleo y la baraja.

El boleo era una competición consistente en lanzar una bola de madera o de hierro, apostando quién la enviaría más lejos. En Villamanrique existió una zona llamada “el Boleo” donde se practicaba este juego, nombre que aún recuerdan algunos vecinos del pueblo; estaba situado cerca de la ermita de la Concepción (hoy de San Isidro), al parecer en la calle de ese nombre, que entonces era un camino que transcurría entre eras.

La costumbre era apostar vino, que los jugadores sacaban de la taberna sin pagar y al terminar el juego pagaban los perdedores. Se jugaba en parejas y no siempre había conformidad sobre quién había perdido, porque algunos lanzamientos podían ser poco o nada reglamentarios. Así sucedió, por ejemplo, el 30 de noviembre de 1850 con cuatro jugadores que acabaron en riña sin más consecuencia que el consiguiente juicio de conciliación.

Los juegos de cartas parece que desataban más pasión y, por consiguiente, más enfrentamientos.

Hay un expediente judicial abierto a Manuel Acicoya y José Ervías el 19 de mayo de 1834, por una disputa en la que se trabaron en casa de Gabriel Verdugo, donde se encontraban jugando a las cartas en compañía de otros cuatro vecinos del pueblo y otro de La Fuente de Pedro Naharro. El alcalde, Juan de la Viña, ordenó al alcalde de la Santa Hermandad, Ignacio González, que detuviera a ambos y los pusiese en prisión separada hasta hacer las averiguaciones oportunas. En las declaraciones de los testigos consta que jugaban a la “flor”, un juego de envite que se juega con tres cartas; hace flor quien junta tres de un palo: «estando el declarante jugando un poco de vino en casa de Gabriel Verdugo en la tarde del día de ayer con éste, Cesáreo Fernández, Pascual Romero, Ignacio de Torres menor, José Ervías, Manuel Acicoya y José Enrique, este último de la fuente de Pedro Naharro, se suscitó una disputa entre José Ervías y Manuel Acicoya sobre que teniendo éste una flor la cantó después de haber jugando dos que estaban después que él, el José Ervías sobre que no debía valer la flor por no haberla cantado antes de jugar los otros, y Manuel Acicoya que sí, porque si no la había cantado antes había sido por no haberse visto las cartas…». La disputa siguió en la calle después de ser echado de la casa por su propietario, y a pesar del intento de varios testigos por dar por terminada para que no llegase a mayores. No llegó a haber agresión, pero el alcalde, además de detener a estos dos hombres, ordenó la detención del dueño de la casa, Gabriel Verdugo, «por no haber dado parte a la autoridad luego que se entabló la disputa, mediante estar mandado por su auto de buen gobierno en su artículo séptimo que en la casa que haya juegos ha de ser el dueño responsable«.

Otro documento que nos informa sobre el juego de cartas es el fechado el 4 de febrero de 1890. Contienen un expediente judicial iniciado por una denuncia en la que Manuel Oteros González, de 19 años de edad, acusa a Raymundo García Barajas, de 24 años de edad, de haberle insultado y después abofeteado, por una simple disputa iniciada por haberse inmiscuido el primero en una conversación del agresor con un amigo común llamado Eulogio Martínez. Éste, de veintiún años de edad y de profesión agricultor, declara: «… que el día que se le cita estuvo por la noche jugando a la brisca en casa de Bernabé Fernández Casalta, en compañía de Manuel Oteros, y además el Raymundo García y Pablo Martínez. Que jugaban media azumbre [1 litro] de vino; que se pusieron a tres juegos para 4, o por mejor decir los contrarios tenían dos juegos ganados, y el que habla y su compañero Manuel, tenían cuatro juegos ganados, y al hacer el quinto juego se pusieron a 60, cuyas cartas se recontaron varias veces y siempre resultó estaban a 60 y para más seguridad contó dichas cartas con Gregorio Martínez, y éste sacó lo mismo, que estábamos a 60; en esta actitud el Raymundo García manifestó después de todo él tenía 60 y media, a lo cual se le contestó que no era posible, y de ahí vino a que apostaba a que sí tenía sesenta y media, y el declarante a que no; pero todo sin ninguna consecuencia de ningún género, y sin que mediaran palabras ofensivas. Que después de todo el declarante se salió a la calle a orinar frente a la puerta del señor Vicente de la Viña, y a los pocos momentos salió también el Raymundo y se dirigió al sitio en donde yo estaba y me dijo que parecía tenía con él antipatía porque le había apostado 5 duros sobre las sesenta y media, y que como sabía no los tenía; a lo cual yo le conteste que no tenía ninguna antipatía, y que no sabía porqué me decía eso; que al poco rato salió de la casa de Bernabé Manuel Oteros, y viendo se hallaban hablando el declarante y el Raymundo García, se dirigió a ellos, y en esto le manifestó Raymundo García que qué hacía allí y le replicó el Manuel que si no se podía oír la conversación que se retiraba, y entonces manifestó de nuevo el Raymundo al Manuel se fuera a tomar por el culo, y le contestó que él no tenía que ir a ese sitio; enseguida el Raymundo se dirigió al Manuel y por su espalda principió a darle bofetadas; que después se desprende que se dirigió a la casa de Bernabé Casalta como vía de auxilio, diciendo que le habían pegado; que a todo eso todos los que había en dicha casa se levantaron con objeto de evitar en lo posible, agarrando así al declarante Pedro García de la chaqueta diciéndole que soltara que no le meciera, y en esto Gregorio Martínez agarró al Pedro García, con intención de evitar, lo cual así lo efectuó, sin que nada más tenga que decir«.

Para hacer apuestas no era preciso jugar a las cartas o al boleo. Los vecinos de Villamanrique acudían a moler su grano indistintamente a los molinos de Buenamesón o de Villaverde, y aunque eran molinos grandes (el de Buenamesón contaba con ocho piedras) había que esperar turno. Durante la espera se charlaba y a veces se hacían apuestas por cuestiones de habilidad o fuerza, como la que dio lugar a la denuncia presentada por Julián Barón menor el 17 de diciembre de 1790, contra Paulino Fernández por agresión. En la declaración del cirujano consta que le hizo “una herida en la cabeza sobre la parte posterior del parietal derecho… hecha con piedra o palo poco grueso”. De las declaraciones de los testigos Antonio Sáez, Agustín Ortega, y Rafael Casalta se deduce que estando frente al molino harinero de Santa Cruz, el agresor, el agredido y otros cuatro vecinos, se produjo la disputa porque dos de los presentes, Agustín Quílez y Agustín Ortega habían apostado que el segundo no era capaz de echarse al hombro un costal de fanega y media de trigo con los dientes. Ortega hizo trampa al cogerlo con los brazos y Julián Barón le dijo que por ese motivo se le podía poner un pleito. Entonces intervino Paulino Fernández quien le dijo “que por cosas tan mecánicas no se ponía pleito alguno, y replicándole dicho Julián que si apostaba veinte reales a que podía ponerse, profirió el Paulino que se ensuciaba en ellos; a lo que el Julián Barón le dijo que él se ensuciaba en su alma, que hablase mejor si sabía, y el Paulino expresó que hablaba mejor que él merecía, que era un ajo de porquería (con términos más puercos y malsonantes) y alzando el Paulino una vara del fresno que tenía le dio con ella al Julián en la cabeza”.

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Rondalla de Villamanrique hacia 1910 dirigida por Ricardo Cana Oriol, sentado en la segunda fila a la derecha.

Otras formas de diversión son las relacionadas con la música, como son las rondallas y los bailes.

Las pandas de jóvenes que cantaban por las calles villancicos por Navidad ha sido una costumbre mantenida hasta bien entrado el siglo XX. Pero también había siempre alguna rondalla de guitarras, bandurrias y laúdes que cantaban por las calles con ocasión de alguna fiesta, como los mayos (ya desaparecidos de Villamanrique), e incluso organizaban bailes, sobretodo durante el carnaval. Otras veces las rondallas cantaban ante la ventana de alguna joven casadera por encargo de su novio o pretendiente, o para homenajear a alguien por su mérito. Este es el caso que recoge otro documento de 1850, cuya noticia nos ha llegado también por un expediente judicial: “… en la noche del día 31 de diciembre del año último, con motivo de saber que don Tomás Vara y Soria había sido elegido alcalde para el año corriente, dispuso el compareciente [Claudio González] y otros del pueblo darle una música, lo que verificaron por lo que don Tomás Vara y Soria en agradecimiento les regaló una botella de aguardiente, la que le fue entregada al compareciente; que por motivo de hacer bastante frío dispusieron ir a bebérsela a la casa de Juan Manuel García de esta vecindad; que estando bebiendo el aguardiente entro Fructuoso Robleño, y manifestó que siendo como era arrendador del puesto del aguardiente con la venta exclusiva al por menor, y teniendo noticia de que estaban debiendo aguardiente en la casa de Juan Manuel García, y no lo había llevado de su casa, no sabiendo la procedencia de dicho aguardiente tomó aquella determinación [llevarse la botella] creyendo estaba en sus atribuciones a pesar de que después fue a presentársela a su merced y darle parte…”. Finalmente en presencia del alcalde, del secretario y de los dos hombres buenos elegido uno por cada uno de ellos, hubo reconciliación.

Hay otro documento que nos informa de la organización de bailes en casas particulares sin que hubiera fiesta. Está fechado el 3 de septiembre 1861, y es un expediente del jugado de primera instancia de Chinchón «contra Manuel la Viña y Fructuoso Robleño, sobre insultos y amenazas a Trinidad Zapata». La demandante era una mujer soltera que trabajaba como criada en casa de Miguel Bernaldo, casado con María Josefa de la Plaza, con quienes convivían dos hermanos de ésta, Bruno y Fausto. La denuncia fue porque los demandados aparecieron una noche a la ventana de la cocina de esta familia y acosaron con un palo, insultaron y amenazaron a Trinidad Zapata. Uno de los acusados, Fructuoso Robleño, alias Romo, tenía 42 años, era casado y tenía siete hijos y de profesión “hornero”, el cual niega los hechos alegando como coartada que esa noche se encontraba en su casa durmiendo con su mujer, pese a que los testigos que habían declarado anteriormente habían asegurado su presencia en los hechos. Manuel de la Viña, tenía 21 años de edad y por tanto era menor -la mayoría llegaba a los 23-, por lo que necesitó ser representado por un procurador, que fue don Rafael Martínez. Era hijo de doña Teresa Gutiérrez, viuda, y que estaba soltero y sin oficio. Tampoco se declara culpable de los hechos y alega: «Que la noche que se cita [1 de septiembre] y al principio de ella estuvo el que declara paseándose un rato por la plaza, hasta la hora de cenar que se marchó a su casa; que después de cenar se puso a tocar la guitarra en el portal con los mozos de labor, Marcelino González y Pedro Jiménez, que a corto rato entró el señor juez de este expediente acompañado de Raymundo Casalta, y el declarante le entregó la guitarra para que tocase en tanto que éste fue con dichos criados de labor a darles pienso para las mulas, que después volvió a la reunión, y su merced se puso a bailar una jota y seguidillas con la criada de la casa hasta de 11:30 a 12 de dicha noche, que se marchó dicho señor teniente alcalde con Raymundo Casalta, y se quedó el que declara con su familia y criados bailando hasta después de las 12 que se acostó.”

Otro recurso para divertirse eran las representaciones teatrales. Villamanrique era un pueblo muy pequeño para que actuaran en él las compañías de cómicos ambulantes que se movían por España; no obstante, hay noticia de alguna que pasó por el pueblo. A este respecto hay una cuartilla manuscrita sin fechar, aparecida entre documentos de 1803, que contiene una solicitud presentada al alcalde por Gonzalo Lozano, en nombre de una compañía de cómicos cuyo texto dice: “La compañía cómica que ha estado en Santa Cruz, Tarancón y otros puntos, suplica a Vd. se sirva el permitirnos trabajar una función o dos en esa, para poder pasar a otro punto…”.

En una denuncia puesta el 18 de octubre de 1850 por un vendedor ambulante de frutas y verduras, vecino de Colmenar de Oreja, al que le había quitado la recaudación en un descuido dentro de la posada, consta que en ella se encontraban ese día, entre otros, «unos titiriteros que a la sazón se hallan en este pueblo trabajando en dicha posada«. La mencionada posada no era solo un lugar de alojamiento, sino que contaba con una sala-taberna donde se bebía, hacía de restaurante, se jugaba a las cartas y, ocasionalmente, había actuaciones de cómicos y titiriteros ambulantes.

Los mismos vecinos de Villamanrique han suplido muchas veces esa carencia mediante la representación de teatro aficionado. No hay documentos escritos sobre ese particular pero sí testimonios de personas mayores que nos permiten saber que desde principios del siglo pasado ha sido frecuente la formación de esos grupos y sus representaciones. Una anécdota al respecto contada por varias personas que la presenciaron asegura que con ocasión de la representación de Don Juan Tenorio, en la escena del cementerio, las estatuas de los difuntos eran los mismos actores con las caras pintadas de blanco y cubiertos con una sábana. Se encontraban delante de un fondillo que aparentaba ser el cementerio y estaban “quietos como estatuas”, pero de repente, para risa del público, daban brinquitos bruscos sin que nadie supiera el motivo. Al terminar la representación se supo que uno del grupo, Luís Camacho, que no actuaba en ese momento, había ido por detrás del fondillo dando pinchazos con un alfiler a las fingidas estatuas.

Torremolinos, 26 de septiembre de 2009