En el artículo publicado sobre la evolución de la población de Villamanrique comentaba que había un escrito, pretendidamente histórico, en el que se encontraban bastantes disparates sobre lo que pudo ser Villamanrique de Tajo en el pasado. También decía yo en ese artículo que procuraría aclarar tales errores lo más pronto posible, y eso es lo que me propongo hacer aquí y ahora. Como hay otros escritos anteriores y posteriores que también son inexactos respecto a lo que dicen de Villamanrique, incluiré aquí su crítica y trataré de aclarar en qué y por qué están equivocados.
En primer lugar lo haré con el ya mencionado, por ser el más disparatado. El escrito en cuestión es una falsa crónica de menos de 50 líneas publicada varias veces en programas de festejos en la década de los 80, y firmada por un presunto historiador llamado Salvador de la Plaza, apellido que, aunque ha sido muy frecuente en nuestro pueblo, no creo guarde relación con la familia “de la Plaza” de Villamanrique, aunque a decir verdad lo ignoro, pues he intentado enterarme de quién era y por qué envió ese escrito al Ayuntamiento y no he conseguido averiguarlo; pido aquí a quienes lean esto y sepan algo me lo comuniquen.
Como el mencionado escrito, y otros que comentaré luego, dicen cosas imposibles sobre Villamanrique, he decidido titular este artículo “el pueblo que nuca existió”, porque las noticias del pasado que se recogen en ellos o son inventadas con poco acierto, o se refieren a otro Villamanrique que no es el de Tajo. Recuérdese que hay tres pueblos llamados Villamanrique en España; además del nuestro está el de Ciudad Real, y el Villamanrique de la Condesa en Sevilla, también mencionados por Salvador de la Plaza en su escrito.
Estas falsas crónicas son conocidas entre los historiadores como “cronicones”, y se basan más en la imaginación de los cronistas que en los documentos, verdadera fuente de la Historia. Eran frecuentes en los siglos pasados y se hacían con la intención de ensalzar el poder de familias de la nobleza, que eran las que pagaban a sus autores los cronistas, aunque éste parece ser del siglo XX a juzgar por algunas cosas que dice.
Esta crónica de Salvador de la Plaza comienza ya con una inexactitud, dice: “La palabra villa corresponde a casa de recreo aislada en el campo”; en eso no hace más que seguir la primera definición dada por el Diccionario de la Real Academia de la Lengua -ni siquiera se molestó en leer la segunda-, que es el significado que le damos ahora a esa palabra, pero no el que tenía cuando fue fundado Villamanrique a finales de la Edad Media. Entonces una villa era un núcleo de población fundado por una autoridad señorial para constituirla en centro de poblamiento de un territorio.
A partir de esa definición tomada por error del Diccionario, el autor elabora una fábula idílica sobre el origen de Villamanrique, con mucha imaginación y romanticismo pero con ninguna credibilidad histórica; dice: “Allá por el año 1126, Manrique, familia descendiente de la casa de Lara, derivada a su vez de los Condes Soberanos de Castilla, atraído por las bellezas naturales del paisaje al que bañaba el caudaloso Río Tajo, mandó construir una cómoda y confortable casa estilo de la época aprovechando el desnivel y altura del terreno sobre el Río Tajo, siendo conocida como Villa de Manrique y en donde pasaba temporadas agradable disfrutando de la vegetación y belleza del paisaje”.
Estas afirmaciones son pura invención, pues es imposible que en el año 1126 fuera fundada por un miembro de la familia Manrique una villa con su nombre, ni la nuestra ni las Ciudad Real y Sevilla. Éstas porque estaban en territorio musulmán y faltaban muchos años para que un noble cristiano pudiera construirse allí una casa de recreo “cómoda y confortable”, y nuestro Villamanrique de Tajo porque en ese tiempo se encontraba en una de las zonas más peligrosas de España. Era espacio de frontera entre el reino cristiano de Castilla y el territorio musulmán de al-Ándalus, donde se estaba produciendo una durísima contienda entre los reinos del norte que presionaban hacia la Meseta sur y los musulmanes venidos de África, almorávides y almohades, grupos muy fanáticos que arrasaban a su paso cosechas y poblaciones, llevándose como esclavos a los supervivientes.
Villamanrique por entonces no existía; en el lugar en que ahora se levanta el pueblo había una pequeña población llamada Albuher, que sufrió la acometida de ambos bandos. Fue conquistada por Alfonso VI de Castilla y León y donada como villa de señorío al Arzobispado de Toledo en 1099 junto con su castillo, pero después pasaría a manos musulmanas y cristianas varias veces hasta la ocupación cristiana de Sierra Morena. Todo este proceso de conquista y reconquista ya lo describí en el artículo que lleva por título «El castillo de Albuher».
En resumen, esta zona del valle del Tajo ni era el lugar adecuado para que en 1126 la familia Manrique hiciese una casa de recreo, ni surgió entonces la población llamada Villamanrique, porque se siguió llamando Albuher al menos hasta el siglo XIV en que debió quedar despoblada, pero se conservó su iglesia como ermita con del nombre de Santa María de Albuher, dentro de la Encomienda de Viloria y finalmente esa ermita se convertiría de la iglesia parroquial de Villamanrique, fundado con su actual nombre por don Gabriel Manrique, conde de Osorno y comendador de Viloria y antes de la Encomienda Mayor de Castilla, en 1480, dos años después de la destrucción del castillo.
Por tanto, también es falsa la afirmación que hace Salvador de la Plaza cuando dice que en tiempos de Alfonso VIII (1158-1214) “la Villa de Manrique era poseedora de algunos privilegios que la distinguían de las aldeas y lugares”; Villamanrique no existía con ese nombre.
Otro disparate del escrito de Salvador de la Plaza es cuando dice, sin precisar fecha, que Villamanrique de Tajo: “Era un poblado lleno de armonía y hermandad y su población llegó a la cifra de 6.725 habitantes, vivía de la agricultura y la ganadería y disfrutaba de un agua potable filtrada por las montañas y un gran depósito central que proveía a sus habitantes del saludable líquido”. La falsedad de una cifra tan exacta de habitantes se manifiesta por sí sola, dada la escasez de fuentes demográficas antiguas y que, en todo caso dan el número de vecinos, por lo que el de habitantes es siempre aproximado; además tenemos documentos desde el siglo XVI que acreditan lo contrario. Por otra parte, en el artículo aquí publicado sobre la evolución de la población queda demostrada la imposibilidad de esta afirmación; el territorio que ocupa Villamanrique, ni en el pasado cuando se llamaba Albuher, ni desde finales del siglo XV en que tomó su nombre actual, tiene los recursos económicos suficientes para albergar y alimentar ese volumen de población; máxime si consideramos que el pueblo ha vivido de una agricultura tradicional muy poco productiva hasta la puesta en servicio del canal de Estremera a mediados del siglo XX, y nuca ha habido una industria de mediano o gran tamaño. En cuanto a lo del “agua potable filtrada por las montañas”, sabemos perfectamente que los manantiales de la zona son salobres, porque atraviesan gruesas capas de yesos con depósitos de sal, y que para obtener agua dulce hay que ir al río o subir a los páramos calcáreos de la zona Villarejo-Belmonte-Colmenar o a los de Santa Cruz.
Para camuflar ese disparate de una población de 6.725 habitantes, el autor propone otro cuando dice: “He consultado cuantos manuscrito y legajos antiguos han caído en mis manos en los diferentes y varios países que he visitado y que tratan de historias antiguas de los pueblos de España y no he encontrado dos que coincidieran en porqué de la destrucción de tan importante villa, dejándola reducida a un pequeño poblado casi deshabitado. Unos lo achacan a la guerra y los incendios producidos por los árabes y los que creen estar más documentados aseguran que un movimiento de tierras o terremoto acabó con los habitantes y sus casas”. Aunque admitiéramos que existió esa población, ninguna de las dos afirmaciones para probar su desaparición puede ser cierta. Cuando Villamanrique fue fundado en 1480 la España musulmana (no árabe) se reducía al Reino de Granada y, aunque hubo algunas incursiones en territorio cristiano, ninguna de ellas pasó el Guadalquivir. En cuanto a lo del terremoto tampoco es posible por la estabilidad sísmica que tiene esta parte de la Península, en pleno corazón de la Meseta, y porque un terremoto de esa magnitud, capaz de destruir una población de más de 6000 habitantes, habría dejado constancia escrita en documentos de la época, como la han dejado otros terremotos bastante menos destructivos.
Esta «crónica» sobre Villamanrique fue la única fuente de información supuestamente histórica de que dispuso el Ayuntamiento, y fue publicada, como ya he dicho, varios años seguidos en la contraportada de los programas de festejos, en los años finales de la década de los 80 y primeros de los 90. Por consiguiente no tuvo mucha difusión fuera del pueblo y, por falta de tiempo, ocasión y lugar para publicar una réplica a sus afirmaciones, quienes sabíamos algo de la historia del pueblo guardamos silencio, aunque de palabra conseguimos que se dejara de editar el opúsculo en los programas de festejos, y cuando hubo ocasión apareció este escrito que ahora amplio en el Boletín Municipal de enero de 2009 con la intención de desmontar esas «hipótesis» tan imaginativas vertidas como verdades absolutas.
No obstante desde enero de 2009, ha habido alguna novedad al respecto: la primera que el pasado año de 2013, por error, volvió a salir el escrito de Salvador de la Plaza en el programa de festejos; la segunda que tuve conocimiento personal a través de Internet de un artículo publicado por el diario El País el 20 de octubre de 1993, firmado por Vicente González Olaya, con el título de «Agua para Chindasvinto», que reproducía en parte los disparates del artículo del señor de la Plaza.
El autor del mencionado artículo no era un historiador y por tanto no se le puede responsabilizar de lo escrito basándose en una información escrita que le proporcionaba el Ayuntamiento, pero en parte sí de otras informaciones contenidas en su artículo que contienen también un considerable número de inexactitudes, achacables a unas fuentes de información que el periodista no pudo o no quiso contrastar.
En primer lugar, como ya he dicho, usó como fuente histórica el escrito del señor de la Plaza para esbozar un contexto histórico en el que encuadrar su crónica, mencionando despropósitos como el de la «villa de recreo del siglo XII» y el de los «7000 habitantes«. Más arriesgado fue aún cuando, de su cosecha, aseguró a renglón seguido con evidente exageración: «Pero la historia dejó en Villamanrique de Tajo importantes vestigios y monumentos«. Lo de los vestigios, aunque más modestos de lo que la frase pretende, pase, pero monumentos no hay más que uno, el palacio-convento que fue casa de recreo de los frailes de la Orden de Santiago del monasterio de Uclés, situado en Buenamesón, cuya incorporación al término de Villamanrique se produjo en el siglo XIX, y que ha sido siempre propiedad privada, por lo que se sitúa fuera de la gestión municipal.
En ese sentido es poco aceptable la frase recogida del alcalde de aquel tiempo, Manuel García Porras -tan gran persona como buen profesional y gestor, pero poco informado de la historia del pueblo por no ser natural de él- cuando dice: «Hoy somos incapaces de restaurar y mantener estos monumentos por el escaso presupuesto municipal que manejamos y la falta de ayudas». Quizás la Comunidad de Madrid podría hacer algo al respecto pero para el Ayuntamiento de Villamanrique actuar en Buenamesón es poco menos que una utopía.
También hay una exagerada idealización en el párrafo dedicado al «balneario», que no es otro que un intento frustrado de pocos años de duración a finales del los años 20, en las Salinas de Cárcavallana, donde se habilitaron unas habitaciones muy sencillas, dotadas de una bañera que se llenaba con agua del manantial de las salinas -con indudables efectos terapéuticos en dolencias reumáticas- y después de los baños eran vaciadas, limpiadas y vueltas a llenar por Mateo Saceda, hombre sin formación sanitaria laguna, a quien en el pueblo le pusieron el apodo de «doctor Mateo», lo que parece indicar que no había una atención de médico especialista. Al cabo de unos años, cuando los promotores comprobaron que aquello no era rentable -porque no acudían muchas personas de Madrid como se dice- y que para conseguirlo había que invertir en un edificio en condiciones y en un personal sanitario, los propietarios de las Salinas lo cerraron y siguieron con la explotación de la sal y del sulfato sódico, como habían venido haciendo anteriormente. El conjunto de las Salinas, instalaciones y viviendas, se arruinó casi en su totalidad a partir de los años 80, cuando dejó de ser rentable la explotación salina. Al final, el artículo vuelve a referirse al balneario, esta vez hablando de «aguas termales«, eso no es una exageración sino un disparate; cualquier persona que tenga un mínimo conocimiento geológico de la zona sabe que no es posible.
En lo referente a la necrópolis visigoda también hay exageraciones y medias verdades. Dice el artículo: «…un agricultor encontró en la tierra unas enormes lápidas de mármol pulido» y añade en el párrafo siguiente: «Descubrieron 12 tumbas en perfecto estado de conservación y algunos abalorios mortuorios en el yacimiento«Leyendo esto creeríamos encontrarnos ante el cementerio visigodo más rico de Hispania; nada más lejos, se trata de una pequeña necrópolis situada en un altozano cerca del borde de la segunda terraza de sedimentación del Tajo, relacionada con un yacimiento -prospectado pero no excavado- que se encuentra a unos 500 metros en terrenos de la vega, dentro de la finca «Los Bodegones».
En aquellos años salieron, en el lugar conocido como Peñas de González, 4 o 5 tumbas a juzgar por los fragmentos de piedra sacados a superficie por los tractores -los arqueólogos de la Dirección General de Excavaciones que visitaron el yacimiento supieron que había más no desenterradas aún-. De esas 4 o 5 solo dos pudieron ser vistas in situ: una descubierta por una acequia de riego, cuya agua disolvió casi en su totalidad los huesos, y la otra fue víctima de las buenas intenciones de dos maestras del pueblo que creyeron positivo bajar a los niños de su escuela para que vieran aquella, recién abierta por una tractor, y de la codicia que quienes creyeron el bulo de que allí había un tesoro, y machacaron aquello como si hubiera pasado una manada de elefantes.
Por consiguiente:
1º No salieron «12 tumbas en perfecto estado de conservación«.
2º Las dos tumbas observadas estaban construidas como cistas con grandes piedras verticales cubiertas por otra u otras horizontales, que son las que arrastraron los tractores, pero eran piedras sacadas de los yesos masivos que forman el valle del tajo en esta zona: anhidrita más o menos compacta con colores que van del gris verdoso al blanco, de aquí el error al confundirlas con «enormes lápidas de mármol pulido«; el mármol era algo inasequible para la pobre comunidad que se enterraba en aquella pequeña necrópolis. Este tipo de yacimientos de la segunda mitad del siglo V al IX ha sido magníficamente estudiado en 2007 por ALFONSO VIGIL-ESCALERA, en un artículo publicado en Archivo Español de Arqueología, vol. 80, págs. 239-284.
3º Los «abalorios mortuorios«hallados en el yacimiento se reducen a un anillo de bronce decorado en el chatón con una cruz incisa encerrada en un rombo, cuyo valor histórico no debía de ser mucho pues, después de ser fotografiado y fichado por los mencionados arqueólogos, le fue devuelto a la maestra que lo encontró, residente después en Aranjuez. La comunidad era tan pobre que no había ni un fragmento de cerámica dentro ni fuera de las tumbas, algo normal ya en enterramientos cristianos; tampoco se encontró ninguna de esas hebillas de cinturón de otros yacimientos visigodos, lo que significa que no eran tumbas de la élite gobernante en el momento sino de una comunidad de campesinos hispano-romanos, que eran el sustrato principal de la población de la época bajo dominio visigodo.
El bulo del tesoro comenzó con una broma del cartero que desde Villarejo de Salvanés llevaba a Villamanrique todos los días correspondencia, sabía que unos días antes de destapar la tumba masacrada se había encontrado arando, no lejos de las tumbas, una espada que, después de ser limpiada convenientemente por el dueño de la tierra, resultó ser francesa del tiempo de la invasión napoleónica. El señor cartero, conocido como Paco el Correo, al saber que habían encontrado la tumba y que el colegio en pleno había ido a visitarla, comento en broma que además había aparecido en la misma una espada de oro; lo demás lo hizo el boca a boca y la codicia.
Por lo que se refiere a los hallazgos de abalorios, alhajas y monedas que menciona el artículo por boca del algún entrevistado, no pasa las fronteras del bulo mientras no se demuestre lo contrario, y creo que es poco creíble que hubiese ese tipo de objetos en una comunidad tan pobre que enterraba a sus muertos con un simple sudario.
Hay otro escrito publicado en un programa de festejos de hace unos años, sin firma de su autor, que también contiene alguna inexactitud, aunque en general está escrito con gran acierto. Lleva por título “Crónica de Villamanrique” y su error consiste en relacionar el nombre de la patrona con las Salinas. Dice que: “En el término hay una albuera o salina que fue explotada antaño” y en otro párrafo: “El templo parroquial está dedicado a Nuestra Señora de Arbuel…, cuya devoción pudiera estar relacionada con esa albuera de sal común que citaba antes”. La palabra albuera (más correctamente albuhera) no puede ser usada como sinónimo de salinas; existe una palabra antigua, ya en desuso que se le aproxima: “albarero” que se aplicaba a los hombres que trabajaban en las salinas, y albalera a la propia salina en Cataluña y Levante. En todo caso se podría llamar albuhera o alberca a cada uno de los vasos en que se depositaba el agua salada para obtener la sal. Pero no es un problema de palabras el que tenemos aquí sino de cronología: el nombre de Santa María de Albuher –que es el nombre auténtico de la patrona de Villamanrique proveniente de la aldea de Albuher- es muy anterior a las explotación de las Salinas; ese topónimo aparece escrito en 1099 en la concesión al obispado de Toledo, mientras que las Salinas no comenzaron ser explotadas antes del siglo XVIII, según los datos de que disponemos ahora.
La última noticia sobre el pasado de Villamanrique que quiero desmentir aquí es la que da D. Sebastián Miñano en su Diccionario Geográfico-Estadístico de España y Portugal, tomo IX, pág. 390, publicado en Madrid en 1828. Después de informar correctamente de varios aspectos sobre la situación, población y economía del pueblo dice: “En el año 1718 se descubrió en el término de esta villa y sitio que llaman Losas Negras un mineral, cuya dirección era de E. a O. y habiéndose abierto dos pozos para hacer los ensayos resultó que traía cobre con algo de plata y porción de cobre. También se hizo otra cala en el sitio de los Barrancos de las Sierpes, y ensayado el mineral, dio 3 libras de cobre por quintal«. Sin duda esa noticia es un error del autor que ha confundido Villamanrique de Tajo con el de Ciudad Real. Aquí no es posible ese tipo de mineral porque estamos en una zona cuyo suelo está formado por sedimentos de la era terciaria y cuaternaria con gruesas capas de yesos intercalados con otras de sal y cubiertos de calizas en las partes más altas y de arcillas y gravas en el valle del Tajo y sus arroyos. Por el contrario Villamanrique de Ciudad Real se encuentra cerca de Sierra Morena donde es posible encontrar esos minerales.
Torremolinos, 23 de diciembre de 2008. Revisado el 5 de septiembre de 2014.