Los habitantes de Villamanrique saben que este año 2015 es para conservar en la memoria porque la Salina de Carcavallana, una explotación minera con más de 200 años de historia, que ha venido arruinándose en los últimos 20 o 30 años hasta casi desaparecer del paisaje confundida con los cerros cercanos, de repente, como un ave Fénix, ha resurgido de sus cenizas y volvemos a ver sus edificios que blanquean en la lejanía y tienen los tejados recompuestos.
También saben que ese renacer se debe a la iniciativa de una sociedad industrial compuesta por Heliodoro Martínez y Fernando García, quienes han asumido el riesgo de adquirir e invertir en la explotación para convertirla en un balneario. Todos los que somos o nos sentimos de Villamanrique no tenemos más remedio que desearles la mayor suerte en su empresa y congratularnos porque han conseguido salvar una parte del patrimonio histórico de las garras del olvido y la destrucción.
Con ocasión de esta recuperación patrimonial, la Dirección General de Industria, Energía y Minas de la Comunidad de Madrid ha querido también contribuir, en la medida de sus posibilidades, con la edición del libro que lleva por título «Historia de la Salina de Carcavallana en Villamanrique de Tajo«, cuya edición, como es sabido, fue presentada el 3 de junio pasado.
El objetivo de este escrito, aparte de lo ya dicho, no es otro que dar a conocer el contenido de ese libro de forma resumida, para animar a su lectura a quienes tengan la ocasión, y difundir su contenido entre las personas que no tengan ocasión de leerlo, a fin de que conozcan esa parte del patrimonio histórico de la localidad, porque las sociedades que ignoran su patrimonio lo están condenado a la desaparición y con él a la de sus raíces históricas y culturales.
Contenido del libro
1.- Importancia de la sal para la humanidad y control de su producción en España.
El libro en cuestión comienza por resaltar la necesidad de la sal para la vida de las personas y de los animales herbívoros en general, entre los que se encuentran la mayoría de los domesticados por la humanidad desde el Neolítico, hace unos 10.000 años, y que forman parte de lo que llamamos ganadería.
La sal fue tan importante entre los pueblos de la Prehistoria y de la Antigüedad que llegó a tener un papel relevante en sus mitos y creencias religiosas, como elemento purificador y protector contra los malos espíritus. No es extraño que alcanzara esa importancia dado que desde muy antiguo la sal se ha empleado en la conservación de alimentos, en la desinfección de heridas y herramientas de cirugía o en la momificación de cadáveres, entre los egipcios por ejemplo.
Con el paso del tiempo los usos de la sal se fueron multiplicando al descubrir nuevas aplicaciones en trabajos de cerámica, templado de hierros, tintorería y curtidos, entre otros, además de aumentar la demanda con la extensión de la ganadería y la práctica de las salazones de pescados y carnes a gran escala que trajeron hasta nuestras costas los fenicios. Todo ello contribuyó a que el valor económico de la sal se multiplicara.
Por otro lado, hay que considerar que no se encuentra sal en cualquier parte del planeta, sino que hay que conseguirla en costas y lagos de climas desérticos o al menos de veranos secos y cálidos, como es el caso de los países de clima mediterráneo, o fosilizada en forma de roca (la llamada sal gema o sal pedrés) en lugares que hace millones de años estuvieron ocupados por mares o grandes lagos salados. De esos yacimientos, la sal se obtiene arrancándola en forma sólida de las entrañas de la tierra o tratando con métodos adecuados el agua de los manantiales que la sacan disuelta a la superficie, como es el caso de Carcavallana y otras salinas de la cuenca del Tajo, como Belinchón o Espartinas en Ciempozuelos.
De la gran demanda y del hecho de la concentración de los yacimientos de sal en lugares concretos, surgió la necesidad de comerciar con ella a veces a muy largas distancias –como demuestran las diversas rutas y caminos de la sal-, y de esa necesidad y de su elevado precio se derivó la tendencia a monopolizar el producto por personajes y estados poderosos para obtener el máximo beneficio en su provecho.
Esa tendencia, que ya se observa en nuestra Península desde la Edad del Hierro hace más de 3.000 años, se hizo más patente y efectiva cuando Hispania pasó a formar parte del Imperio Romano, entre el siglo III a. C. y el V d. C., y fue restaurada de forma eficaz por el Califato de Córdoba en el siglo X.
Los reyes cristianos peninsulares de la Edad Media, dado el escaso poder que tenían sobre los elementos del Estado, tuvieron que lidiar con la nobleza para conseguir hacerse con el control de un recurso como la sal que les aseguraba importantes ingresos para las arcas de sus reinos.
En el caso del reino de Castilla -luego corona de Castilla al unirse con el reino de León- desde el siglo XII hubo una clara tendencia de sus reyes a conseguir el control de la sal. Desde las primeas leyes al respecto promulgadas por Alfonso VII y Alfonso VIII ya se aprecia una intención de monopolizar la producción de sal; en el siglo XIII, Alfonso X el Sabio recoge en su código de Las Partidas esa titularidad de las salinas como propia de los reyes. Alfonso XI en el siglo XIV daría un paso más estableciendo un control sobre la distribución, con la creación de los almacenes reales o alfolíes, donde los ayuntamientos la conseguían para sus vecinos.
Pero sería Felipe II en 1564 quien estableció el monopolio absoluto sobre la sal, el llamado “estanco”, con una ley que declaraba todas las salinas españolas (con alguna excepción) propiedad de la Corona, así como toda la red de comercialización. Nadie podía en sus reinos, salvo los salineros reales, fabricar o extraer sal ni comerciar con ella bajo severísimas penas. La última vuelta de tuerca en ese sentido la dio Felipe IV en 1631 imponiendo la obligación a los municipios de consumir una cantidad determinada de sal según el número de vecinos y de cabezas de ganado.
Esas leyes se mantuvieron en vigor hasta el siglo XIX, cuando los gobiernos liberales de Isabel II y del Sexenio Revolucionario las abolieron y decretaron la libertad de producción y comercio de la sal.
El libro también comenta las distintas formas de obtener sal que se han dado a lo largo de la Historia, desde la sal natural obtenida de yacimientos de sal gema o de los llamados saladares (lagunas y manantiales que dejaban en superficie en verano ciertas cantidades de sal), hasta la obtención por evaporación mediante el calentamiento de aguas salobres en calderos (sal de fuego) o por efecto del sol y el aire en verano en los climas secos, depositando el agua salada o salmuera en eras, o vasos, que son albercas de poca profundidad y con el suelo impermeabilizado, como los que había en la Salina de Villamanrique.
2.- ¿Por qué hay sal en Villamanrique y su comarca?
El libro contiene la explicación a esta pregunta. Como ha quedado apuntado más arriba, se debe a la existencia de un mar que cubría la zona hace millones de años. La llamada Cuenca Miocena de Madrid, o valle medio del Tajo, Jarama y Tajuña, formó parte de un mar interior que se extendía por gran parte de la Meseta Sur durante el período geológico conocido como Mioceno, entre hace unos 23 millones de años y hasta hace unos 7. Ese pequeño mar interior o gran lago salado fue depositando en sus fondos y orillas la sal común y otros compuestos químicos, como el sulfato de sodio, disueltos en sus aguas, junto con yesos, arcillas, margas y calizas, formando finalmente unos depósitos de capas horizontales superpuestas en los que se encuentran los diversos tipos de minerales, bajo capas de margas y una costra caliza que aún se conserva en los lugares más elevados de la Meseta, como es el páramo Villarejo-Colmenar o la Mesa de Ocaña.
En algún punto de esa gran extensión los depósitos de sales forman capas lo suficientemente gruesas como para explotarlas en forma sólida mediante galerías o minas; tal es el caso de la mina de El Castellar en Villarrubia de Santiago o de la mina Consuelo en Chinchón. Pero la mayor parte de ese territorio presenta los depósitos de sal en capas finas, cuya explotación no es rentable por el sistema minero de galerías, por tener que sacar grandes cantidades de materiales de todo tipo para obtener un poco de sal o de los diversos sulfatos que las acompañan. En esos casos es mejor aprovechar las sales de uno u otro tipo que salen disueltas en las aguas filtradas a través de las capas, que brotan a la superficie en manantiales, como en Carcavallana, o se extraen mediante pozos, como en Belinchón.
3.- La Salina de Carcavallana en la Historia: de los orígenes hasta 1869
Los doscientos años largos de existencia de la Salina de Carcavallana se pueden dividir desde el punto de vista histórico en dos etapas, separadas por una fecha clave: el 16 de Junio de 1869 pues ese día fue promulgada una ley por la que era abolido el sistema de estanco o monopolio estatal de la sal, vigente desde 1564 en que fue decretado por Felipe II. Hasta ese momento Carcavallana era propiedad del Estado y estuvo gestionada por funcionarios; a partir de entonces se abre una nueva etapa en la que la explotación fue vendida a particulares, lo que llamaríamos ahora una privatización y entonces llamaban desamortización; con ello cambiarían muchas cosas.
Antes de entrar en esa dinámica histórica, el libro explica cómo debe escribirse el nombre de la Salina de Villamanrique. Durante el siglo XIX y gran parte del XX se ha escrito con B, es decir, Carcaballana pero, si tenemos en cuenta las normas ortográficas de la Real Academia Española de la Lengua, hay que escribir Carcavallana con V, y todo ello para que no se pierda de vista el origen de la palabra y se produzca un cambio con el tiempo que oculte su significado, como ha pasado con Albuher (cuyo significado en árabe es laguna o estanque) que ahora oficialmente es Arbuel (sin significado en ninguna lengua).
Una cárcava es un foso más o menos profundo excavado por erosión natural del agua o por obra humana, del que los diccionarios del siglo XIX ofrecían dos grafías distintas, si era con B se refería a una “cárcaba” natural y se era con V era una cárcava excavada por manos humanas. A finales del XIX los señores académicos decidieron que era una mala redundancia y que la palabra cárcava con V significaba tanto el tipo natural como el artificial. Como “Carcaballana” ya hacía un siglo que se escribía así, siguieron haciéndolo tanto en sus documentos como en los mapas topográficos. Pero ya a finales del XX y comienzos del presente, los mapas topográficos de la región lo escriben como Carcavallana.
Antes de la publicación de este libro había habido bastante controversia acerca del origen de la explotación de la Salina. Hay una mala costumbre por parte de algunos historiadores españoles de pensar que las salinas interiores de nuestra Península tienen todas un origen romano o, si acaso, medieval. Así ha sucedido con Carcavallana, en numerosas publicaciones se da por supuesto que estas salinas se pudieron explotar ya en la Edad del Hierro, y desde entonces estarían en explotación en tiempos de los romanos y de los musulmanes, incluso ha habido libros de divulgación de la historia de la provincia que trataban de relacionar las salinas con el nombre de Albuher, sin tener más base que la intuición. Pero la documentación medieval y de los siglos XVI al XVIII (hasta 1790) carece de cualquier mención a unas salinas en las proximidades de Villamanrique, Buenamesón -en cuyo territorio fueron instaladas- o la Dehesa del Castillo, con la que linda. Sin embargo hay documentos claros y precisos tanto en el Archivo Municipal de Villamanrique, como en el de la Orden de Santiago, por los que sabemos que la explotación de la sal en Carcavallana comenzó a finales del siglo XVIII.
Merece especial atención la documentación generada con la compra por la Corona a la Orden de Santiago de los terrenos, donde se asienta la explotación, pertenecientes a Buenamesón, y por las obras de construcción de las instalaciones. Esos documentos nos indican que en torno a 1790 se hicieron las pruebas de rendimiento salino de las aguas; que el proceso de construcción de los edificios se produjo entre 1792 y 1794; la puesta en funcionamiento en 1797-98, y la escritura definitiva de compra-venta a la Orden de Santiago no se realizó hasta septiembre de 1805, según demostró Don Miguel Lasso de la Vega en su libro Arquitectura y Desarrollo Urbano En La Comunidad de Madrid. Zona Sur, publicado en 2004.
Antes de esa puesta en explotación de Carcavallana ¿pudo haber recolección de sal en el saladar natural que se formaría por el manantial de agua salobre? Es posible, pero no de sal comestible, porque las aguas que salen de este manantial y de otros de la comarca llevan mezclada la sal común con sulfatos diversos, por lo que esa sal, como el agua de la que se forma, es amarga y purgante. Había que emplear ciertas técnicas de fabricación para separarlas y eso requiere unas instalaciones que no hubo en Carcavallana antes de 1790.
Las instalaciones necesarias están minuciosamente descritas en un manuscrito anónimo redactado hacia 1823, cuyas páginas recogen también los reglamentos para la fabricación y almacenamiento o entroje. Parte de él está recogido en el libro y se puede leer completo en versión digitalizada en Internet.
Basta anotar aquí que las instalaciones se componen de tres partes esenciales:
1) La galería de captación del manantial de agua en una cárcava entre los cerros y sus canales de madera para llevarla hasta un depósito principal en el llano.
2) Las eras o estanques poco profundos también llamados vasos, sus correspondientes canales de entrada y desagüe y las garitas para los guardas.
3) Los edificios de almacenaje y vivienda, en los que destaca un gran almacén con 60.000 fanegas de capacidad, la parte administrativa con oficinas y capilla, las viviendas de los empleados, caballerizas y otras dependencias necesarias, situadas alrededor de un patio y un corralón anexo. A estas edificaciones se sumarían a mediados del XIX un almacén para el compasto o sulfato sódico, cuando empezó a aprovecharse este producto que Carcavallana produce en cantidad y calidad.
En cuanto a los reglamentos, el de fabricación da las pautas para separar adecuadamente la sal del sulfato en el proceso de elaboración, y el de entroje informa de cómo y cuándo ha de hacerse y las precauciones que se han de tomar para no introducir impurezas en forma de tierra o barro en el almacén.
Con esos elementos: el manantial de agua salobre, las instalaciones y la base teórica se estuvieron produciendo en la Salina una media de 15.000 fanegas de sal al año, que equivalen a 774.000 kilos. En el siglo XIX hubo acusadas oscilaciones en la producción (3.450 en 1838 frente a 22.500 fanegas en 1865). Algunas veces fueron motivadas por las directrices de la administración de salinas, que establecía la producción de cada centro en función de existencias y demanda, y otras por las circunstancias del país, especialmente durante la primera Guerra Carlista (1833-1840) en el transcurso de la cual Carcavallana y otras salinas fueron atacadas en varias ocasiones por los “facciosos” en busca de dinero, caballos y armas de los guardas, llegando incluso a secuestrar al interventor y al director de fábrica.
Sobre la calidad de la sal producida en Villamanrique tenemos noticias contradictorias, pues si en el manuscrito de 1823 se habla de una calidad semejante o superior a la de Belinchón, que estaba muy bien considerada, y en un escrito de la Dirección General de 1842 se afirma que era la más apetecida en Toledo, en un artículo publicado por el diario “El Tajo” de la misma ciudad, en 1866, se califica a la sal de Carcavallana de nauseabunda y productora de trastornos digestivos, quizás porque no se había aplicado bien la técnica de fabricación y la sal contenía un importante porcentaje de sulfato sódico.
La producción de esta otra sal, llamada en la zona compasto, comenzó en Carcavallana a mediados del siglo XIX. La noticia más antigua de su explotación nos la ofrece el diario El Español de Madrid, fechado el 2 de mayo de 1846, en cuyas páginas aparece un anuncio en el que se saca a subasta el arrendamiento de la recogida y comercialización del sulfato. Sabemos también que en 1852 se recogían 24.000 quintales castellanos (más de 1000 toneladas métricas), destinados en su mayor parte a la fabricación de vidrio y jabón en las factorías de Aranjuez y en las fábricas de jabón de Villarejo y Santa Cruz.
Durante la etapa de la sal estancada, Carcavallana tenía asignado el abastecimiento de una serie de almacenes estatales o alfolíes, cuyo ámbito se extendía por la cuenca media del Tajo entre Toledo y Navalmoral de la Mata en el límite con Extremadura. Hasta allí era transportada la sal en carretas tiradas por bueyes pertenecientes a la Cabaña Real de Carretas, organismo de transportes del Estado. Desde esos alfolíes la sal llegaba a los pueblos de sus respectivas comarcas transportada por arrieros contratados por los ayuntamientos.
Tanto las fábricas como los alfolíes reales eran vigilados por un cuerpo especial, el llamado “resguardo”, guardas que en ciertos momentos se vieron reforzados por miembros del cuerpo de Carabineros, del que hubo en Carcavallana un destacamento formado por tres soldados y un cabo.
Esta etapa de la historia de la Salina concluye en el libro con un apartado de dicado a la “Vida cotidiana”. En él están comentadas una serie de noticias y anécdotas recogidas en documentos del Archivo Municipal de Villamanrique y en periódicos de la época sobre cómo vivían las personas que habitaron la Salina en esos años, donde la vida, pese a estar la explotación en un lugar tranquilo, no trascurrió sin sobresaltos.
4.- La Salina de Carcavallana en la Historia: de 1869 a nuestros días.
La promulgación de la Ley de Desestanco el 16 de Junio de 1869 supuso un cambio radical en la historia de la Salina. En primer lugar, la paralización de sus actividades durante más de cinco años y luego, al ser privatizada, la implantación de unas nuevas formas de gestión de sus recursos y comercialización de sus productos, tanto en forma de sal común, sulfato, agua medicinal y balneario por unos años.
Durante el tiempo transcurrido entre la entrada en vigor de la Ley de Desestanco y la reapertura plena por los nuevos propietarios la actividad estuvo paralizada. Fue un período bastante largo por las dificultades que tuvo la subasta, cuya adjudicación fue anulada dos veces porque los adjudicatarios no pagaron al Estado en el plazo fijado las cantidades establecidas en la adjudicación. No sería hasta 1875, en que después de tres subastas y dos ventas posteriores a la última adjudicación, la propiedad llegó a manos de Don José María Molero Dávila y con él se restableció plenamente el funcionamiento de la fábrica de sal y compasto.
De entre los adjudicatarios de la subasta y primer comprador hay que destacar a Don Emigdio Santamaría, personaje natural de Elche, muy conocido en la época por su aspecto norteafricano comentado por Pérez Galdós, por su ideología próxima al republicanismo cantonalista y por sus actividades políticas –fue diputado a Cortes-, comerciales e industriales, y hasta por su muerte, asesinado por un atracador. De su biografía, recogida en el libro, propia de una novela, se puede decir que la realidad supera a la ficción.
Don Emigdio, que en 1875 aún no había liquidado con el Estado el precio de la Salina, vendió Carcavallana a Don José Mª Molero. A partir de ese momento se inicia verdaderamente la nueva etapa de la Salina, puesto que recupera su producción después de más de cinco años de incertidumbre. El señor Molero, que también compró la finca de Castillo, y después sus herederos, hasta la línea Araujo, han sido sus propietarios durante los 140 años últimos excepto el paréntesis de la Guerra Civil en que la explotación fue incautada como parte de un colectivización de recursos que se formó en Villamanrique gestionada por la UGT, en la que estuvieron también integradas algunas grandes fincas como Buenamesón.
La Salina siguió produciendo sal y compasto por el método tradicional, pero hubo intentos de modernización que no dieron grandes resultados, como la venta de agua medicinal y la creación de un pequeño balneario.
Otro manuscrito anónimo fechado en 1907, escrito quizás por un ingeniero de minas, nos informa acerca del proceso de producción de la sal y el compasto, ahora con más rigor científico que el de 1823; describe las instalaciones, las vías de transporte de la zona, las características químicas del agua, las formas de trabajar con la sal y el compasto y la producción de ambos. Está incluido todo su texto en el apéndice documental del libro.
A través de ese escrito y del testimonio de personas que han vivido y trabajado en Carcavallana, como los hermanos Bernaldo Brea, sabemos que los aspectos que más se vieron alterados en esta etapa fueron los medios de transporte y comercialización. En 1885 fue inaugurado el ferrocarril Madrid-Cuenca, con estación en Santa Cruz de la Zarza, y desde entonces la sal y el compasto de Carcavallana fue en su mayor parte comercializada por este medio de transporte mediante carruajes que llevaban el producto a la estación de Santa Cruz; luego vendría también la “era del camión” que agilizó mucho el transporte de mercancías en general y que ha sido el último medio usado para sacar al mercado los productos de Carcavallana a través de la barca de Castillo y ya muy al final de su actividad por el puente.
La comercialización, al ser libre, tuvo también que usar los métodos modernos de venta y publicidad en la prensa para los mayoristas que acudían a Villamanrique o a la estación de Santa Cruz donde la sal se vendía por vagones según se comprueba en anuncios publicados en el diario ABC en 1914. Los panaderos de la zona siguieron acudiendo con sus carros o caballerías para comprar uno o dos quintales castellanos (46 Kg.), medida que aunque ya estaba anticuada se seguía usando para la venta al por menor en lugar del quintal métrico (100 Kg.).
Hay otro aspecto de esta época tratado y clarificado en el libro: la transmisión por herencia y compra entre diversos herederos de la propiedad, desde el testamento de Don José María Molero hasta Don Emilio Araujo Carceller, quien la ha vendido a la sociedad integrada por Heliodoro Martínez y Fernando García en 2014.
De las personas que forman estas cinco generaciones que median entre José María Molero y Emilo Araujo Carceller, hay que poner de relieve la personalidad de Doña Antonia Richi Molero, cuyos datos biográficos también novelescos recoge el libro. Fue una mujer con mucha iniciativa y muy avanzada ideológicamente para su época pues, pese a estar casada con Emilio Araujo y Vergara, un militar tradicionalista, fue persona destacada en la asociación Mujeres por la República, y se divorció del señor Araujo en 1933 recién entrada en vigor la ley de divorcio republicana.
5.- Carcavallana en la literatura.
Este último apartado del libro recoge la relación con el lugar de dos escritoras: Faustina Sáez de Melgar, natural de Villamanrique, y visitante asidua de la Salina, Buenamesón y Montrueque, y la malograda Polonia Ortiz, fallecida de cólera morbo en Carcavallana el 30 de julio de 1855, a los 20 años.
Faustina Sáez utilizó como elemento de inspiración de su poesía y motivo literario en varias de sus novelas el paisaje de la rivera del Tajo y los ambientes de Buenamesón y la Salina, donde visitaba a su querida amiga Polonia. Entre ambas decidieron hacer un libro de poesía titulado “La Lira del Tajo”, que no llegó a ser publicado en vida de Polonia por el trágico e inesperado fallecimiento de la joven. Pero gracias a esta iniciativa han llegado hasta nosotros varios poemas de Polonia que Faustina conservó y publicó en varias revistas de la época y en un librito titulado ¿cómo no? La Lira del Tajo. La amistad de Faustina y el dolor que le causó la muerte de Polonia salvaron del olvido lo poco que conocemos de su poesía, que está a disposición del lector, además de en el libro, en la web del ayuntamiento, sección agenda, publicada en los boletines municipales de noviembre y diciembre de 2011.
Fernando Cana, 29 de junio de 2015.
Publicado en la revista de festejos de 12 de septiembre de 2015.