En la España de los siglos XVIII y XIX era frecuente la presencia de bandoleros salteadores de caminos que atracaban a mano armada diligencias, arrieros o simplemente a viajeros incautos que se desplazaban solos. Incluso no faltaron la partidas que asaltaban pueblos indefensos para llevarse lo que pudieran, especialmente dinero y caballerías.
Este tipo de bandolerismo fue popular y aplaudido, salvo cuando los pueblos lo sufrían en propia carne. No hay más que recordar los nombres míticos de Luís Candelas, José María el Tempranillo, Diego Corrientes, El Pernales, el Vivillo, Pasos Largos y, ya en el terreno de la ficción, Curro Jiménez, que, aunque sea un personaje de novela, sus andanzas recogidas en la serie de televisión nos dan una idea de la fama y acogida popular que alcanzaron estos malhechores.
Goya pintó una serie de cuadros menores en dos de los cuales representa el asalto a una diligencia; en otro aparece una partida de bandoleros en una cueva defendiéndose a tiros de unos soldados; en otro un bandolero desnuda a una mujer y en otro la está degollando. Es decir, que no eran precisamente hermanitas de la caridad, tal como quiere hacer ver la leyenda del “bandido generoso”, según la cual robaban a los ricos para dárselo a los pobres; si bien es cierto que también hubo algunos que en algún momento ayudaron a los más desfavorecidos.
El bandolerismo en España es milenario. Ya los había en la época de la romanización, en los primeros siglos de nuestra era y antes de ella. Durante la Edad Media también hay noticias de bandolerismo, incluso de nobles que atracaban a los pocos buhoneros dedicados a la venta ambulante que se aventuraban a atravesar sus tierras.
Pero el bandolerismo más peculiar es el de los últimos tres siglos. Los historiadores y sociólogos que han estudiado el fenómeno entienden que las causas del bandolerismo español de los siglos XVIII al XX están muy relacionadas con el mal reparto de la riqueza; más exactamente con el mal reparto de la tierra, que era la principal fuente de riqueza. Así se explica que fueran más frecuentes y numerosos los bandoleros de Andalucía y, en general, de la mitad sur de España, donde el latifundio había concentrado la tierra en pocas manos y existía una gran masa de campesinos sin tierra que en ciertos momentos de penuria económica no veían mejor salida que “tirarse al monte”.
También hay que tener en cuenta la falta de seguridad y vigilancia en los caminos, hasta que fue creada la Guardia Civil, ya que antes este cometido estaba encomendado a la Santa Hermandad, cuerpo policial poco profesional, que existía desde tiempos de los Reyes Católicos. Fue creado en las Cortes de Madrigal de 1476, pero tenían que pagarla los concejos, y cuando éstos no tenían recursos suficientes, como era el caso de Villamanrique, se formaba mayoritariamente de voluntarios que tenían su trabajo y sólo acudían cuando el alcalde llamaba a algunos para conducción de presos o alguna situación de fuerza mayor. La vigilancia de caminos, y del mismo pueblo cuando anochecía, era nula; así se explica la noticia que nos ha llegado de un asalto de bandoleros al pueblo a finales del siglo XVIII.
En las cuentas del Ayuntamiento de 1799 (P-479) hay una partida de 31 reales destinada a pagar “al propio que llevó una carta al Rey Nuestro Señor solicitándole los robos que hicieron en el día 19 de junio en esta villa cinco ladrones con bocas de fuego”. En el mismo documento consta otra cantidad, 103 reales, para pagar a nueve soldados y un sargento de la “compañía suelta de Castilla” que estuvieron en la villa para indagar el caso y tratar de buscar a los ladrones.
Si los bandoleros, o simples rateros, eran detenidos, se les encerraba en la cárcel municipal hasta que eran conducidos al juzgado de distrito más próximo; para Villamanrique primero fue Ocaña, luego Santa Cruz y finalmente Chinchón ya en el siglo XIX. Pero esa cárcel ofrecía pocas condiciones de seguridad, como demuestra otro documento.
En las cuentas de alcaldes de 1757 hay un libramiento en el que consta el gasto de 13 reales y 8 maravedíes, empleados “…en tapar parte de las ventanas de la sala del Ayuntamiento y la pared maestra que confina con la cárcel, por donde la quebrantó el día diez de octubre Jerónimo de la Cuesta, vecino de esta villa, y en componer así mismo el rompimiento que hizo antecedentemente Tomás Ayllón, para salirse de dicha cárcel en que estaba preso por ratero, el día trece de septiembre de este mismo año, en que también quebrantó la reja citada del Ayuntamiento…” En el mismo documento (f.3v) consta un cargo de 50 reales por la compra de “un cepo que se ha hecho para la cárcel pública” es decir, que para impedir la fuga de la cárcel, que no tenía vigilancia nocturna, se le ponía al preso un cepo que le trababa las manos y el cuello o ambos pies.
También eran frecuentes los cuatreros que practicaban el robo de caballerías. El documento P 882, fechado el 11 de agosto de 1830, se compone de un oficio remitido por el ayuntamiento de Villamanrique a los alcaldes de Villarejo, Perales, Arganda, Vaciamadrid, Vallecas, Madrid «y demás pueblos que al portador le convengan» que contenía una denuncia puesta por Lucio Sáez, natural y vecino de Villamanrique, por el robo de un caballo «de la era en que le tenía con las demás caballerías de su labor, y como las pisadas de dicho caballo, se ha advertido que se dirigían hacia Villarejo de Salvanés, he determinado despachar éste oficio… con el fin de si puede ser aprendido el robador de dicho caballo antes de poderse alejar…«. A continuación figuran las señas para identificar al animal.
Otro documento relacionado con el robo de caballerías es el P 888, fechado el 20 de diciembre de 1832. Se trata de un expediente iniciado por un juez de Manzanares (Ciudad Real), y contiene una denuncia circulada por varios pueblos de la comarca desde Alcázar de San Juan, por el robo de dos pares de mulas efectuado el 19 de noviembre de ese año. Contiene la descripción de las caballerías, pero no de los delincuentes puesto que era anochecido cuando sorprendieron a quienes las cuidaban en el campo. El 21 de marzo de 1833 un comisionado del juez de Manzanares recogió el expediente abierto para averiguar que dos de las caballerías habían sido vendidas o cambiadas al vecino de Villamanrique Hipólito Arroyo, por «Jerónimo Hernández, gitano vecino de Yébenes de San Juan«.
El 27 de mayo de 1820, fueron detenidos en las Salinas de Cárcavallana dos bandoleros e incautado su botín. El administrador de la explotación tenía jurisdicción propia por ser un Real Sitio y allí había un pequeño destacamento de carabineros a sus órdenes; el alcalde de Villamanrique, máxima autoridad judicial del término, no podía entrar en territorio de las Salinas sin el permiso del administrador. Una vez detenidos, los bandoleros y su botín fueron puestos bajo la custodia del alcalde de Villamanrique. La mayor parte del inventario de lo recuperado está formado por prendas de vestir nuevas y usadas y piezas de tela, transportadas en tres mulas, aparejadas con alforjas y mantas. En lo que se refiere al armamento, llevaban tres navajas, dos escopetas y seis cartuchos. Además llevaban en dinero: “… cuatro onzas en cuatro piezas en plata, 85 reales y en cuartos 4 reales y 28 maravedíes”; curiosamente también llevaban un libro.
El atraco del que tenemos más información es el sufrido por el choricero de Chinchón, el 7 de mayo de 1835 (P324). El documento contiene las diligencias realizadas por el Ayuntamiento acerca del robo de que fue víctima este hombre de Chinchón que vivía de hacer chorizo y venderlo por los pueblos. Sufrió un doble robo, primero le robaron el dinero dos individuos armados de escopetas y, cuando volvió a recoger la caballería en que viajaba, se encontró que también se la habían robado según testimonio de un vecino de El Acebrón que pasó por el lugar. La denuncia fue puesta ante la justicia de Villamanrique por Hipólito Arroyo, quien declaró: “Que por Ceferino Brea había oído que en la tarde de ese día habían robado al choricero de Chinchón detrás de la Abubilla, porque se lo había dicho éste a Ceferino. Se mandó comparecer a Ceferino Brea y dijo que estando labrando con su mayoral Agapito García y el zagal Justo González camino de Pozuelo a la izquierda, llegó a ellos el choricero de Chinchón, siendo como las cuatro de la tarde, y les dijo que le habían robado, señalando había sido pasado la Abubilla, hacia los Rasos después de la raya, y manifestó que le parecía eran de Villamanrique los dos que le robaron; que le salieron con dos escopetas, que dijo le habían quitado 700 u 800 reales, que preguntando donde tenía el macho manifestó se le había dejado donde le habían robado, y animándole bebiese agua porque venía asustado, sin bebérsela se marchó a recoger el macho, y después no le volvieron a ver. Que como una hora antes de presentarse ellos había pasado como desde esta villa para Chinchón…”.
Justo González declaró lo mismo que el anterior y: “que sólo vio pasar después de haber echado a arar a Emeterio González y a Julián Tornero por el Valle arriba y se pusieron a hacer leña más abajo del Cerro de las Navas”.
Otro testigo, Raymundo García, vecino de El Acebrón, declaró: “Que viniendo desde Belmonte de Tajo para esta villa se encontró con un hombre llorando y le preguntó si había visto un macho, y contestándole que no dijo: ay Dios mío que también me lo han quitado, y diciéndole el declarante si le habían robado respondió que si, y preguntando él que dónde sólo respondió allí, señalando; esto según las señas donde se le encontró fue dos cañadas más acá de la fuente que hay en dicho camino para esta villa, sería esto de las cinco o las seis de la tarde…”.
El expediente está incompleto y no nos ha quedado constancia de si en realidad los bandoleros eran vecinos de Villamanrique o no. No parece lo más probable porque robar tan cerca de su pueblo era una verdadera temeridad; además por esos años estaba en pleno desarrollo la primera guerra carlista y había muchos guerrilleros sueltos por toda España que se buscaban la vida robando.
Torremolinos, 31 de enero de 2009