Con este artículo comenzó la serie publicada en la revista «Boletín Municipal» del Ayuntamiento de Villamanrique, bajo el título Rincones de la Historia de Villamanrique, en el número correspondiente a junio de 2008.
Mi intención principal con esa serie era dar a conocer al vecindario algunos hechos puntuales del pasado del pueblo que apareciesen recogidos en documentos del Archivo Municipal, y que se hallaban arrinconados, sin llamar la atención de nadie, olvidados por las generaciones presentes, pese al indiscutible interés que presentaban.
No era mi intención en principio publicar hechos destacados de la Historia de nuestra Nación, en los que se hubiera visto envuelto Villamanrique, aunque en algún momento también hubo alguno. Por el contrario, quería que fuese un conjunto de hechos históricos que solo afectaban a la vida local, es decir, de esos hechos que forman parte de lo que Unamuno llamó la “Intrahistoria”, o al menos de lo que yo entiendo que abarca ese concepto: pequeños acontecimientos propios de la vida cotidiana, del día a día de los pueblos y las gentes que quedan al margen de la Historia oficial, y que nos permiten conocer quiénes eran, cómo vivían, pensaban y sentían las personas que habitaron este término municipal antes que nosotros; algunas de esas personas fueron nuestros antepasados.
Entre ese tipo de acontecimientos los hay de toda índole: trágicos, dramáticos, anecdóticos, llenos de humor, o simplemente curiosos.
Comienzo la serie con un hecho que deberían conocer los escolares de primaria y secundaria para que puedan apreciar el valor de lo que tienen. Los niños y jóvenes de ahora están bien alimentados y vestidos y, sobre todo, tienen el privilegio de poder acudir a la Escuela o el Instituto todos los días con unos profesores bien formados y un buen material que les facilita el aprendizaje.
Bien diferente es la historia que veremos a continuación, y que se encuentra recogida en el documento del Archivo Municipal, clasificado provisionalmente con el número P811:
Corría el año de 1793 en Villamanrique; aquí vivía Santiago Fuente, aunque deberíamos llamarle Santiaguito porque sólo tenía 9 años. Era huérfano de padre y madre, quizás porque habían muerto durante la epidemia de fiebre amarilla que hubo por esos años; o por cualquier otra causa, ¡era tan fácil para un pobre morir joven en esa época! La esperanza de vida apenas superaba los 35 años entre las clases más humildes.
Santiaguito vivía con su abuelo Juan González, conocido en el pueblo con el apodo de Pelera, y con un hermano, Miguel Fuente, que contaba 16 años. Ambos trabajaban como pastores para D. Bruno Covo y Caja, la mayor fortuna de la villa, pues a sus ingresos como administrador de las propiedades del conde de Villamanrique unía una importante propiedad agrícola y ganadera.
Pero los jornales de abuelo y hermano apenas llegaban para su propio sustento, por lo que alimentar y vestir a Santiago era muy gravoso para ellos, y no digamos nada de pagar la pequeña cuota que cada niño pagaba al maestro de primeras letras. Santiaguito estaba condenado de por vida a ser analfabeto y pobre, situaciones que normalmente se dan unidas ahora entre los niños de eso que llamamos el tercer mundo, y de las que resulta casi imposible salir, si no hay una ayuda para ellos.
Don Bruno, para quien trabajaban el abuelo y el hermano de Santiago, debía ser un hombre muy religioso a juzgar por una serie de detalles que dejaré para otro escrito (aún hay una tierra camino de Buenamesón que se conoce como “La Cruz de Don Bruno”), pero su sentido de la caridad no debía estar muy desarrollado, pese a lo que dice de él el mayoral de sus rebaños Juan de Veneno, el cual declara: “…el niño Santiago Fuente es rochanejo de Don Bruno Covo y Caja de esta villa, se halla en la edad de nueve años escasos, […] y que dicho niño es huérfano sin padre ni madre, y que éste por lo mismo se conduce sin sujeción y anda con libertad haciendo novillos, según es público y notorio, que a no ser por la notoria caridad que con él hace dicho Don Bruno perecería”.
Al decir novillos no se refiere a la asistencia a la escuela, que seguramente Santiago nuca tuvo ocasión de pisar, sino a la falta a su trabajo cono rochano de los pastores de Don Bruno. Éste, en un esfuerzo caritativo le permitía desempeñar ese trabajo a cambio de su alimentación, pero no se le ocurrió, pese a ser un hombre muy rico, costearle la misma ayuda alimenticia para que fuese a la escuela en lugar de a pastorear.
El 10 de junio de 1793, se encontraba el rebaño de Don Bruno pastando en el soto del molino de Villaverde. Iban con el rebaño todos los pastores: el mayoral, Juan de Veneno, el abuelo y el hermano de Santiago, y el mismo Santiago como rochano. El niño vestía “…chupa y calzón de sayal, zamarra negra, medias pardas y abarcas”. Llama la atención el hecho de llevar puesta el 10 de junio a mediodía una zamarra que seguramente era de piel de oveja, como era costumbre, y hecha por su propio abuelo. También es destacable el hecho de que ese día había comido a mediodía unas migas. Si unimos ambos datos podremos concluir que el niño estaba desnutrido.
Después de comer, los pastores se tumbaron a dormir la siesta; ya sabemos que los pastores salen al campo en verano antes que el sol y aprovechan las horas de más calor para reponerse cobijados en cualquier sombra. Pero Santiago era un niño, y como a tal le gustaba jugar en vez de dormir la siesta. Sus juegos molestaban a los otros y no les dejaban dormir, por lo que su hermano Miguel le dijo: “mira si me levanto te tengo de moler a palos, y obedeciendo entonces Santiago se quedaron dormidos”.
Cuando despertaron Santiago no estaba. Lo llamaron y no contestó y, como según dicen los pastores solía “hacer novillos”, pensaron que se había ido al pueblo a jugar con otros muchachos de su edad. Pero pasó la noche y tampoco apareció por la choza donde vivían su abuelo y su hermano. Fue entonces cuando el mayoral, Juan de Veneno, puso la denuncia de desaparición ante las autoridades del Ayuntamiento; en esa época los alcaldes eran a la vez jueces de primera instancia.
El alcalde de Villamanrique abrió un expediente judicial, documento en el que se basa este escrito, y ordenó su búsqueda y pasar nota a pueblos de alrededor, como era costumbre.
Al día siguiente, el propio mayoral de Don Bruno denunció haber visto un bulto flotando sobre las aguas del Tajo, cerca de la barca de Villaverde. Era el cuerpo de Santiaguito vestido que se había ahogado cayendo al río, quizás al intentar beber agua.
Se desplazaron al lugar para comprobarlo, por orden del alcalde, el personero del común, Juan Fernández Tirado, el escribano fiel de hechos Antonio Julián Delgado, el alguacil Mauricio Fernández y un vecino llamado Blas Gómez: «…y habiendo llegado al sitio que llaman la presa del molino de Santa Cruz jurisdicción de esta villa divisamos a la persona de Santiago Fuente que estaba ahogado y arrimado junto a una junquera, y habiendo mandado sacarle del río por Mauricio Fernández y Blas Gómez […] fue puesto en una caballería entre dos haces de espadaña, y conducido a esta villa se depositó en la cárcel de ella a vista del común, quedando entregado de su guarda el alguacil ordinario«.
El reconocimiento del cadáver por el cirujano confirmó que Santiago no presentaba signo de violencia alguno y que se había ahogado. No obstante los pastores fueron encarcelados en la villa hasta que un abogado de Santa Cruz, al que el alcalde pidió asesoría, determinó que no había delito y el caso quedó sobreseído, pero los pastores hubieron de pagar las costas del proceso.
En homenaje a ese pobre niño, rescatado de la noche de la Historia, le dedico estas estrofas de un poema que Miguel Hernández escribió a los niños yunteros:
“Me duele ese niño hambriento
como una grandiosa espina
y su vivir ceniciento
revuelve mi alma de encina.
Le veo arar los rastrojos,
y devorar un mendrugo,
y declarar con los ojos
que por qué es carne de yugo.
Me da su arado en el pecho,
y su vida en la garganta,
y sufro viendo el barbecho
tan grande bajo su planta.
¿Quién salvará a ese chiquillo
menor que un grano de avena?
¿De dónde saldrá el martillo
verdugo de esa cadena?
Torremolinos, 20 de mayo de 2008