Una noche nefasta

La noche del 30 al 31 de marzo de 1838 fue especialmente dramática para algunos vecinos de Villamanrique; afortunadamente no llegó a ser una tragedia como lo fue otra de mayo del mismo año de la que sólo tenemos referencias indirectas en el archivo municipal. De ese día de mayo sabemos que una partida de guerrilleros carlistas, conocidos como “facciosos” en la época, se llevó secuestrado al alcalde, Ignacio de la Plaza Alonso, además de haber sometido la villa a pillaje y posiblemente algún otro desmán, según lo atestiguó unos meses más tarde un hermano del propio alcalde, Raimundo de la Plaza, cuando al pedir la baja en el padrón municipal, para trasladarse a Villarejo por seguridad, alega en su solicitud: “que a consecuencia de los trágicos sucesos que tuvieron lugar en mayo último, mi señora madre, de quien dependo, por la seguridad de la familia determinó trasladarse a la inmediata de Villarejo de Salvanés. Esta medida en un principio fue provisional; más las circunstancias que han sobrevenido obligaron a mi presionada madre a fijarse definitivamente en la hacienda de Villarejo”.

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Carlos María Isidro de Borbón.

No tenemos por el momento detalles de en qué consistien esos “trágicos sucesos” de mayo, pero por fortuna se ha conservado en el archivo municipal el informe que mediante un “Auto de oficio” redactó el alcalde Ignacio de la Plaza el 31 de marzo sobre los hechos acaecidos la noche anterior.

Pero ¿por qué esa situación tan comprometida para la población de Villamanrique y su zona? En 1838 España venía sufriendo desde hacía ya 5 años la calamidad de la primera guerra carlista, la llamada guerra de los 7 años.

Vamos a refrescar la memoria a quienes no recuerden cómo y por qué se inició esta primera guerra civil española de la época contemporánea. El año 1833 murió el rey Fernando VII sin heredero varón; su sucesora en el trono habría de ser su hija Isabel II, que en aquellas fechas contaba la edad de tres años. Pero durante el siglo XVIII había estado vigente en España la Ley Sálica, que prohibía reinar a las mujeres, introducida por el primer Borbón, Felipe V, a imitación del modelo francés de donde procedía dicho monarca, pero fue abolida por el propio Fernando VII mediante la Pragmática Sanción. Hubo muchos españoles en contra de esa disposición del monarca e incitaron a otro candidato al trono, el hermano del rey, Don Carlos María Isidro. Los partidarios de don Carlos, conocidos desde entonces como “carlistas”, además de pretender entronizarlo, deseaban mantener a España dentro del régimen absolutista con el que había gobernado Fernando VII, en un momento en que el liberalismo era imparable en toda la Europa Occidental.

En esta situación el conflicto estaba servido, los partidarios de Don Carlos se levantaron en armas contra la legítima heredera, Isabel II, cuya tutela corría a cargo de su madre la reina Cristina estableciendo una regencia que duró 7 años, los mismos que esa primera guerra carlista. La reina Cristina se apoyó para defender el trono de su hija en los liberales, por lo que el conflicto sucesorio se convirtió en ideológico y dividió aún más a la población española.

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el general Don Ramón Cabrera.

La guerra fue más intensa en las regiones del norte peninsular, desde Galicia hasta Cataluña y con un foco muy intenso en la zona vasco-navarra. No obstante ninguna región del centro o del sur estaba a salvo de operaciones de grupos más o menos grandes, que se habían hecho fuertes en terrenos montañosos de Castilla, La Mancha, Extremadura, Andalucía y, especialmente por lo que afecta a Villamanrique, el sur de Aragón y norte de Valencia, desde donde el general carlista Ramón Cabrera lanzaba incursiones de grupos armados hacia el alto y medio Tajo, y enlazaba con otro grupo carlista atrincherado en los Montes de Toledo, el del guerrillero “Palillos” situado cerca de Marjaliza (Toledo).

El general Cabrera, que llegó a contar con un ejército de unos 10.000 hombres, entre mayo y octubre de 1837 tomó parte en la llamada Expedición Real, encabezada por el propio pretendiente a la corona Don Carlos V, en la que la vanguardia mandada por Cabrera llegaría por Arganda hasta Vicálvaro con la intención de tomar Madrid, donde esperaría en vano la orden del pretendiente de atacar una capital desguarnecida, ya que solo la defendía la Milicia Nacional.

La noche del 10 de septiembre de 1837 el pretendiente, en su ruta hacia Madrid, se encontraba en Fuentidueña, donde se presentaron ante Cabrera varios vecinos de Villamanrique que se unieron a los facciosos, entre ellos Fructuoso Robleño, José Orcajada y Benigno Gavaldón, según declaración del propio Robleño cuando se entregó al final de la guerra el 14 de octubre de 1839.

La situación de Villamanrique, donde la mayoría de la población se mantuvo fiel a la reina Isabel, durante esos años fue tan difícil que los vecinos hubieron de costear la construcción de un recinto fortificado “entre el camino del Boleo y las eras” para defenderse de las incursiones carlistas. Hasta hace dos generaciones, en Villamanrique era vox populi que en algunas casas de gente adinerada se construyeron cuevas refugio de difícil localización para que se ocultaran las mujeres en caso de ataque carlista, por temor a las violaciones que practicaba la soldadesca.

1838 fue especialmente duro. Además de tener que construir el mencionado fortín, que costó a la población 2795 reales (un peón ganaba 4 reales diarios), tuvieron que nombrar una “Junta gubernativa” para sustituir a los miembros del Ayuntamiento en caso de ataque, ya que éstos tenían orden de salir de la villa y concentrarse en Villarejo. Por otro lado fue el año de los cuatro alcaldes: el primero; Ignacio de la Plaza fue secuestrado por los carlistas en mayo; el segundo, Benito Robleño, abandonó el cargo en julio, tal vez por tener un hermano en la facción; el tercero, Pedro Luís Gallego, murió al parecer de muerte natural en octubre, y a partir de ese momento se hizo cargo de la alcaldía el regidor primero Claudio González.

Villamanrique, pese a contar con un destacamento militar, sobretodo para defender Las Salinas, sufrió ese año al menos 3 ataques: el del 30 de marzo, el de mayo y otro el 2 de agosto, en el que el pueblo fue atacado por unos 20 jinetes armados, no por los 200 que figuraron en el parte del alcalde Benito Robleño, quien recibió una dura reprimenda por parte del juez de distrito, el de Chinchón, quien a su vez dio parte del suceso al Jefe Político de la provincia de Madrid; tal vez ese fue otro de los motivos de su dimisión.

En alguno de los ataques a Villamanrique, los carlistas se llevaron el grano del pósito, que el pueblo tenía como reserva para pan y simiente, según testimonio de párroco Don Juan José Zavala Gasco, que tenía las llaves en ese momento. El 18 de enero de 1839, 15 carlistas armados y a caballo se llevaron secuestrados a varios vecinos de Fuentidueña que trabajaban en el monte de la dehesa de Alharilla.

No es este el lugar para tratar en extenso la primera Guerra Carlista en Villamanrique, porque serían necesarias muchas páginas, por lo que, una vez considerada la situación general, vamos a ver el documento que mejor nos informa de uno de los ataques carlistas, el del 30 de marzo.

El documento del archivo municipal P403, fechado el 31 de marzo de 1838, es un “Auto de oficio” del “Alcalde único constitucional” Ignacio de la Plaza, denunciando los hechos ocurridos la noche anterior: “Que en la noche del día de ayer 30 del que rige, y hora de las diez de la misma poco más o menos, se regresaba su merced a su casa de haber dado una vuelta al pueblo, y que al llegar a la esquina de su hermano Antonino fue sorprendido por dos hombres desconocidos y armados de a pie, habiendo otros dos o tres a la otra esquina opuesta, y que reuniéndose todos le mandaron llamar en casa del administrador de la Salina Nacional de Cárcaballana, don Eusebio Juárez, inmediata al sitio donde fue sorprendido, amenazándole si no lo hacía con el mayor sigilo; que en efecto llamando salió a abrir la criada Zoila Fernández a la que dándole un empellón la hicieron dar trompiquillas hasta la puerta de la cocina; haciendo lo mismo con su merced y entrando en la misma cocina donde estaban dicho administrador, su mujer doña Dorotea Fernández, la hermana de ésta, y dicha criada en disposición para acostarse; mandaron a su merced y a los demás mencionados se echasen boca abajo sobre una tarima y tapándolos les pidieron las llaves, y con el mayor sigilo se dirigieron cuatro de ellos con dichas llaves a las demás oficinas de dicha casa, quedando uno al cuidado con un sable en la mano para que nadie se moviese ni hablase. A corto rato llamaron a la criada para que abriese la puerta de la cámara porque ellos no lo habían podido verificar. Después que bajaron de la cámara hicieron a todos entrarse en uno de los cuartos cerrando la puerta, y echaron la llave; se advirtió desde el mismo que estaban trasteando en la cocina, y sin duda registrando porque después se vio habían movido la tarima de su sitio y debajo habían picado en el suelo. En el intermedio de todas estas ocurrencias le preguntaron a dicho administrador si tenía caballo y armas, a que contestó que no, amenazándole a este y a su merced de que se los iban a llevar a los Montes, mandando fuese uno a que trajesen un caballo para conducirlos. Permanecieron encerrados en el cuarto y cuando no se sentía ningún ruido en la cocina se oyó a corto rato pisadas como de caballo por la calle, mas no deteniéndose a la puerta, y transcurrido bastante tiempo sin oírse ningún ruido dentro de la casa ni fuera, y llorando un niño de cuatro años que estaba durmiendo en otro cuarto, mandó la administradora a la criada saliese a por el niño, y como a este mandato no se opusiese nadie desde fuera salió dicha criada a por el dicho niño y vio que se habían marchado dejándose la puerta de la calle abierta; en este estado salió la criada cerró la puerta de la calle. Registrando los cuartos vieron todas las ropas tendidas por ellos. Que viendo su merced no se sentía ya ningún ruido por la calle, y ordenando que nadie se mueva, se marchó a su casa y tomando armas se dirigió a la casa del Regidor primero, miembro de la Guardia Nacional más inmediato que había, haciéndolo enseguida a Javier Enciso, y todos juntos fueron a casa del comandante de los Nacionales para reunirse con el objeto de evitar repitiesen sus excesos en otras casas del pueblo; dando parte al cabo del destacamento [del ejército] de este punto para que lo hiciese al señor Comandante de la columna. En su consecuencia debían de mandar y mandó su merced se ponga este auto de oficio, que por su tenor se reciban declaraciones a don Eusebio Juárez y demás de su familia, ampliando estas a que manifieste si han conocido alguno de los robadores o tienen alguna sospecha de quien puedan ser, como así mismo manifestar lo que hayan echado de menos de ropa, dinero u otros efectos con la expresión posible. Dando parte enseguida al Excelentísimo Sr. Jefe Político de la provincia y al señor Juez de primera Instancia del partido, por cuanto el cabo del destacamento ha quedado en hacerlo a su Comandante…”.

Torremolinos, 25 de abril de 2009