Como en un cuento navideño.
Se dice que muchas veces la realidad supera a la ficción; éste es el caso que nos ocupa hoy sobre un niño nacido en Villamanrique el 27 de mayo de 1817, y que fue abandonado, “expuesto”, nada más nacer.
Entre los documentos del archivo municipal aparecen varios relacionados con el abandono de niños que generalmente procedían de otros pueblos y que, al no haber ningún convento en la localidad, lugar normal de “exposición” de niños, eran “expuestos” de noche a la puerta de alguna familia acomodada de la localidad, familia que inmediatamente daba parte a las autoridades municipales y éstas se encargaban de hacer llegar a la criatura hasta el hospicio más cercano, el de Madrid.
Por ejemplo, en las cuentas de alcaldes de 1805 aparece una cantidad de 64,5 reales “que han importado las caballerías y jornales de tres días que se ocuparon de ir a Madrid Ángela Fernández y su marido Casimiro Fernández del Olmo lactando la niña de padres no conocidos que echaron en esta villa y se remitió a los Reales niños expósitos de la villa y corte de Madrid”. Otro recibo incluido a continuación (f.33) aclara que la “Niña de la piedra que en el día 12 (de septiembre de 1805) en la noche la suplantaron en la reja de Pablo Vecino”. Otros documentos dan más detalles del hecho: la niña fue bautizada con el nombre de María y entregada en los Reales niños expósitos junto a una limosna de 4 ducados, como estaba ordenado, según consta en el volante de entrega firmado por el director del hospicio.
En el año 1817 fueron dos los niños abandonados, con la diferencia de menos de un mes; uno, el 29 de abril y otro, el 26 de mayo. Esta situación sin duda obedece a la escasez que estaba viviendo la población española en aquellos años. El Estado se estaba gastando grandes cantidades de dinero, que sacaba de la población, en sufragar las guerras de independencia de las colonias americanas: estaban en pie de guerra contra España todas sus colonias de América del Sur y central, excepto las islas del Caribe. Estas guerras estaban consumiendo cuantiosos recursos económicos, esfuerzos y vidas humanas. Si a esto unimos la endeblez del sistema económico, basado esencialmente en una agricultura poco productiva, que entraba en crisis cada vez que venía una mala cosecha por sequía o heladas, el resultado es una población viviendo en la miseria, por lo que no debe extrañar que muchos matrimonios tuvieran que abandonar a sus hijos a las puertas de familias más acomodadas para que no murieran de hambre como ellos.
En las cuentas de alcaldes de 1817 se encuentra un recibo cuyo texto dice: “Decimos nosotros, Manuel Ortega y Antonio Gabaldón, marido de Gertrudis Saz de la Peña, que hemos recibido del Sr. Lorenzo Vara y Soria, alcalde único ordinario de esta villa ciento noventa y cinco reales por el pago de cuatro días que se ha ocupado el primero con dos caballerías en ir a Madrid comisionado para la entrega del niño que expusieron en la ventana de la casa habitación de Alfonso de la Plaza en la madrugada del 29 de abril último, y seis días que se ocupó la mujer del segundo en darle el pecho hasta hacer dicha entrega en la Real Casa de niños expósitos; inclusos en esa cantidad quince reales que costó una mantilla y un pañal que compró dicho Sr. Alcalde para el citado niño”.
Otro recibo relacionado con el mismo hecho contiene un pago de 239 reales “por la conducción de un niño expósito a Madrid”, y en una de sus páginas está recogido el volante de entrega del niño Alfonso Jesús, entregado por Manuel Ortega, el 2 de mayo1817, “con la limosna de 4 ducados” que fue entregada al hospicio.
Pero el caso más conmovedor, por lo que sucedió más tarde, ocurrió con un niño nacido y abandonado directamente en Villamanrique, el día 27 de mayo de 1817.
En un expediente judicial conservado en el archivo del Ayuntamiento, consta que ese día el alcalde y juez de la localidad, Don Lorenzo Vara y Soria, recibió un parte del cirujano titular de la Villa, Don Esteban Díaz, en el que relataba lo siguiente: “… que en la noche anterior, se le llamó en casa de Antero Alonso, a mediados de dicha noche poco más o menos diciendo que se hallaba un niño del susodicho bastante malo; y que llegando a la casa se halló con la novedad de estar en ella Cándida Barón, de estado viuda, vecina de esta dicha Villa, con dolores de parto; hallando en su compañía al expresado Antero Alonso, su mujer y Antonio Gurruchaga, de esta vecindad, y que hallándola a la Cándida en tal estado la asistió hasta que se verificó el parto, a fin de que no peligrase ni ella ni el feto; como se verificó dando a luz un niño robusto y sin lesión alguna; pero que habiéndose divulgado algún tanto por el pueblo esta ocurrencia y por si pudiese sobrevenir algún trastorno a la parida, lo ponía en noticia de su merced, para no incurrir en responsabilidad. En su consecuencia dicho señor juez debía mandar y mandó que, sin que por ahora entienda la citada Cándida cosa alguna, para evitar cualquiera novedad adversa que la pueda poner en peligro, se reciban declaraciones juradas a Antero Alonso, a su mujer María Cruz López Cabeza, sobre este acontecimiento; con qué motivo se hallaba la referida Cándida en su casa en tal estado, y juntamente sobre el paradero de la criatura, y asimismo recibirle declaración a Antonio Gurruchaga de los mismos particulares, y por qué causa se hallaba en dicha casa”.
De las declaraciones de Antero, María Cruz y Antonio Gurruchaga, quien visitaba por las noches con frecuencia a éstos, se pueden reconstruir los siguientes hechos: Cándida Barón era una viuda joven que se había ido a vivir fuera del pueblo y por avatares del destino había quedado embarazada. En esta situación regresó para dar a luz a su pueblo a casa de sus padres, donde vivían su madre y un hermano. La madre y el hermano, Francisco Barón, conocían la situación y Francisco se sintió deshonrado por el embarazo de su hermana y no quiso admitirla en su casa. Así, la noche del 23 de mayo en que llegó Cándida a Villamanrique estuvo llamando a la puerta de la casa y a la ventana del dormitorio de su madre sin obtener respuesta. Ante esta situación de desesperación y desamparo Cándida se dirigió a casa de Antero Alonso, vecino de sus padres, con el que tenía amistad. Antero y su mujer la recibieron en un verdadero acto de caridad, distinto de la crueldad con que la habían rechazado en su propia casa, pues, aunque consta que la madre intentó convencer al hermano para recibirla en su casa, éste se negó a ello. Y allí, en casa de Antero, se produjo el parto, tres días después de haber llegado Cándida a Villamanrique.
Pero el drama no termina aquí. El niño recién nacido fue “expuesto”, esto es, abandonado, junto a la ventana del administrador de las Reales Salinas de Cárcavallana, es decir, dentro del término municipal de Villamanrique; parece que no tuvieron la posibilidad de llevarlo a otro pueblo como era habitual en estos casos, con lo que facilitaron la relación de ambos hechos a las autoridades. La obligación del alcalde era dar con el paradero del recién nacido y, aunque los declarantes anteriores, Antero, Maria Cruz y Antonio, dijeron desconocerlo, el cirujano en una declaración tomada por el alcalde dijo: “Que le consta que el niño de que se trata fue expuesto con toda seguridad en la casa de la Real Salina de Cárcavallana, inmediata esta villa, el que fue colocado en un cestillo de palma redondo, con tapas de lo mismo, con lana debajo, vestido con una camisa de estopilla, una mantilla, pañal de lanilla azul, una faja, una gorra y pañuelo; llevando entre la faja una cédula en que decía no está bautizado”. El alcalde escribió al administrador de las Salinas preguntándole sobre el hecho, y tres días después, éste contestó que efectivamente allí habían abandonado un niño cuyas ropas eran las descritas, por lo que al final el niño fue entregado en el ayuntamiento de Villamanrique, que se ocupó de que fuera bautizado y registrado por el párroco en el registro parroquial, y de llevarlo al hospicio de Madrid, aunque esto último no consta.
En un auto del alcalde se dispone que: “… atendiendo a la seguridad y salud de ésta [la parturienta], notifíquese a Antero Alonso que bajo toda responsabilidad, y hasta tanto que se determine otra cosa, se mantenga con la Cándida Barón en su casa, y le de la asistencia regular y necesaria. Asimismo notifíquese a don Esteban Díaz, cirujano de esta villa, la visite y esté al cuidado de si tiene alguna novedad mayor, y habiéndola, dé parte inmediatamente”. Acto seguido el alcalde puso los hechos en conocimiento de Juan Francisco Morate, abogado de los Reales Tribunales, residente en Belmonte de Tajo, quien dictaminó que: “… por el estado de viuda en que se haya Cándida Barón no puede ni debe instaurarse procedimiento de oficio contra ella; suspéndanse las diligencias por lo concerniente a este extremo y únicamente se continuarán practicando las que sean necesarias para averiguar el paradero de la criatura”. Aunque sabían que había sido entregado en las Salinas, aún no había sido puesto en conocimiento del ayuntamiento por el administrador.
Finalmente el niño fue llevado a hospicio de Madrid, donde quedó ingresado. Pero esta historia no termina aquí, sino que se reanuda 24 años después.
El 21 de mayo de 1841, se presentó en Villamanrique el joven Antonio San José, soldado del regimiento de la princesa, con un despacho del Capitán General, para que fuese reconocido como hijo de Cándida Barón “que estando en estado viuda dio a luz un niño que fue expuesto en la Salina de Cárcaballana, y después conducido a la casa de niños expósitos de la Villa y Corte de Madrid”. El alcalde citó al ayuntamiento a Cándida Barón, que en aquellos años se había casado en segundas nupcias con Castor Constanza, y en presencia del cura párroco de la localidad, de otro sacerdote residente en la misma y de otro testigo, preguntó a Cándida si “reconocía por tal hijo natural al expresado Antonio San José, la que enterada manifestó reconocía y reconoció por su hijo natural al dicho Antonio y el mismo que dio a luz el día 27 de mayo de 1817 estando su estado de viuda. En su consecuencia su merced el señor alcalde previno al señor don Matías Nieto, cura ecónomo, que al margen de la partida de Antonio San José ponga nota expresándolo así y apellidándole con el de su madre”.
Y éste fue el final de infortunio de Cándida y Antonio, 24 años después de su dramático nacimiento. La comprensión y el cariño que Cándida no encontró entonces en su hermano, la encontró ahora en su nuevo marido, Castor Constanza, quien recibió al hijo como propio en un alarde de bondad y valentía, muy poco corriente en la sociedad de aquel tiempo.
Torremolinos 25 de noviembre de 2008