En los últimos años estamos asistiendo en España –y en muchos otros países- a una verdadera oleada de muertes de mujeres a manos de sus parejas. Es lo que se ha dado en llamar “violencia de género” o “violencia doméstica”, nombres tras los que se oculta una cruel y macabra realidad vivida por decenas de mujeres en nuestro país. Mujeres que, en la mayoría de los casos, previamente han sufrido en silencio años de convivencia durante los que han soportado violencias, vejaciones, y malos tratos en general, de maridos o compañeros que han descargado en ellas su cobardía ante la vida.
Muchas de esas mujeres han vivido aterrorizadas durante largo tiempo antes de atreverse a denunciar a sus maltratadores, pero ha sido demasiado tarde; su excesiva prudencia ante la situación al principio y el terror desencadenado por ésta después, les ha impedido denunciarla a tiempo y finalmente les ha costado la vida.
Desgraciadamente este tipo de asesinatos no es nuevo, incluso se han producido en poblaciones tan pequeñas como Villamanrique, que en la época a que nos vamos a referir contaba con 468 habitantes.
Traigo aquí a colación un caso ocurrido hace más de 100 años, y que se encuentra documentado en un expediente judicial conservado en el archivo municipal. No pretendo con la publicación de este caso fomentar el morbo por lo macabro, desgraciadamente tan extendido en nuestros días, sino mostrar a las mujeres que lo lean cuál es el camino que deben tomar en caso de verse envueltas en una situación de violencia doméstica. El silencio se convierte en aliado del maltratador y suele, a no muy largo plazo, acabar con la vida de la maltratada.
El documento P1040 del archivo municipal es un expediente judicial que contiene varios escritos relacionados con el caso de asesinato cometido por Mamerto Martínez, natural de Santa Cruz de la Zarza y vecino de Villamanrique, en la persona de su esposa Emiliana Talavera, también natural de Santa Cruz, con la que se había casado, siendo ésta viuda con una hija, al menos, y otra de la que no sabemos si la tenía antes de su matrimonio con Mamerto o era hija de éste.
El caso además tiene otro ingrediente que lo hace más grave y repugnante, el intento de violación por Mamerto de su hijastra, la que con seguridad fue aportada por su esposa al matrimonio, que en esa fecha contaba 13 años de edad.
Los hechos se produjeron la noche del 13 de julio de 1894. Uno de los primeros escritos que aparecen en el expediente es un borrador de la declaración del médico forense fechada el 14 de julio, en la que consta que en el reconocimiento del cadáver de Emiliana Talavera, de 36 años de edad, había encontrado dos heridas de arma blanca, una de las cuales le había afectado al corazón, produciendo su muerte instantánea.
En otro escrito consta la recogida en la cueva que habitaba la familia del arma blanca causante de la muerte de Emiliana.
De lo que parece ser un borrador de declaración de alguna autoridad judicial local, se deduce que la asesinada se encontraba «trastornada por las consecuencias de un cólico que padeció aquella noche; dormida, o sin apercibirse del peligro, pero de ningún modo que pudo ser luchando…» ya que por la postura del cuerpo parecía estar dormida cuando falleció. Esta aclaración se comprende si consideramos que el asesino había declarado en su descargo que la muerte se había producido durante una pelea con su mujer
Otro de los escritos es la declaración de Pilar Talavera, hermana de la fallecida, de 39 años de edad, también natural de Santa Cruz, quien declaró que: «… la noche del día 13 y con motivo de estar enferma de un cólico su hermana Emiliana, bajó a verla (vivía en las Cuevas del Sur) y asistirla al mismo tiempo, lo cual no necesitó en parte porque su marido Mamerto Martínez se mostró desde luego complaciente con su mujer dándole las tazas de agua (infusión de alguna hierba) necesarias para que se pusiese buena, no notando nada en que apareciera disgusto entre los mismos. Que estando más tranquila su referida hermana se retiró a descansar a su casa, que serían sobre las 12 de la noche, lo cual también le aconsejó su referido cuñado. Que nunca ha notado en el matrimonio de su difunta hermana disgusto de ningún género, muy al contrario siempre los hallaba contentos, por lo cual le extrañó sobremanera que Mamerto Martínez cometiera ese crimen horrendo con su desgraciada hermana«.
Otra hermana de la víctima llamada Bonifacia, de 31 años de edad, declaró lo mismo que la anterior: había bajado a casa de su hermana Emiliana para auxiliarla en el cólico pero se encontró allí ya a su otra hermana Pilar, y no apreció que existiera desavenencia alguna entre el matrimonio.
Algo semejante, con respecto a esa noche, declara la hija de la difunta Emiliana, Micaela Rusín Talavera, de 13 años de edad, quien dice que su padrastro Mamerto Martínez había estado suministrando a su madre tazas de infusión, sin especificar de qué tisana, para aliviar su cólico; y que estando algo mejor se retiró con sus tías para descansar. Además ella se levantó sobre las 3:30 de la mañana, para ir a espigar, y habló con su madre preguntando si se encontraba mejor y ésta le contestó que sí. Prueba evidente de que el asesino esperó para matarla a que no hubiera nadie en la casa y Emiliana estuviera profundamente dormida después de la mala noche, y quizás narcotizada con las infusiones.
No obstante Micaela, la hija de la asesinada, en su declaración dice también: «…que tiene que exponer al juzgado que el día 15 de agosto de 1893 quiso forzarla para hacer cosas feas con la declarante su tío (forma de llamar padrastro) Mamerto, y como no lo consiguiera le amenazó en que la iba a cortar el cuello, lo cual no dijo a su madre porque le tenía miedo y la amedrentaba y amenazaba con que la cortaría el cuello si decía algo. Que posterior a eso el día 23 de enero de este año volvió otra vez el referido padre político a quererla forzar, y porque no lo consiguió la amenazó otra vez con cortarle la cabeza, y entonces se lo puso en conocimiento de su madre Emiliana, y desde entonces tanto a la declarante como a su madre había de tratarlas de mala manera pegándolas diferentes veces y tomándole la declarante horror porque no le podía ver. Que a pesar de estos sufrimientos tanto su madre como la declarante no daban su brazo a torcer, y que a nadie decían lo que les ocurría, ni aún siquiera a sus tías, porque le tenían miedo a su referido padre político«.
De otro informe del médico se deduce que Mamerto Martínez se había autolesionado para fingir una pelea entre el matrimonio, llegando incluso a producirse una herida que le llegaba al pulmón, y otros cortes que afectaban poco más que a la piel. Pero el reconocimiento de la situación por la persona antedicha, posiblemente el juez municipal, demostraba que Emiliana había fallecido en la cama en estado de semiinconsciencia.
También figura en una nota escrita con lápiz, quizás por el juez, el alcalde o la guardia civil, que en otra habitación de la cueva, más al interior de aquella en que apareció el cadáver, se encontraba durmiendo una hija de la difunta llamada Saturnina, cuya edad no indica el escrito, como tampoco si era hija del asesino. En la misma nota consta que había “en el cuarto alguna gota de sangre, en el portal un charco de lo mismo; no había desorden en los pocos muebles y ropas que existen en la habitación donde se encuentra el cadáver”.
El criminal fue detenido y juzgado por asesinato. Entre los escritos de su expediente se encuentra el oficio de remisión de la sentencia dada por el juzgado de Chinchón, que era entonces la cabeza del partido judicial, el 11 de febrero de 1895, en la que Mamerto Martínez fue condenado a «Cadena perpetua con la accesoria de interdicción civil y la de inhabilitación absoluta perpetua para el caso en que obtuviese el reo indulto de la pena principal…».
Sorprende comprobar cómo ni las hermanas de la víctima sabían nada del terror que Emiliana, su hija Micaela y su otra hija Saturnina estaban soportando en su casa. Ese silencio, motivado seguramente al principio por evitar habladurías en el pueblo, y luego por el miedo a las amenazas del asesino, fue fatal para la vida de Emiliana.
Torremolinos, 25 de septiembre de 2008