Doña Faustina Sáez de Melgar y Villamanrique. En memoria de una mujer que se forjó a sí misma.
Por Virginia Seguí Collar.
Interpretar, desde nuestra perspectiva actual y aspirar a llegar a conocer los sentimientos o, incluso, la relación personal que la escritora Faustina Sáez de Melgar mantuvo, a lo largo de su vida, con su pueblo natal: Villamanrique de Tajo, nos obliga a realizar un ejercicio de introspección en su obra y en sus documentos, en un intento de ser lo más fieles posible a su realidad. Ese pequeño pueblo, de la provincia de Madrid, situado en la vega del Tajo, que la vio nacer, el 15 de febrero de 1834, y donde transcurrieron los primeros años de su vida siempre estaría en su corazón formando parte de ella aunque las circunstancias de su vida la obligaran a alejarse físicamente de él.
En el seno de la numerosa familia, de más de medianas conveniencias formada, en 1820 por: Silverio Rafael Sáez Garillete, vecino de la villa, y Tomasa Sánchez de Soria, natural de Tarancón, nació y se crió Faustina; quien junto con sus, al menos, once hermanos tuvo una infancia desahogada y, no dudamos, que feliz; aquí, en este pequeño pueblo compuesto por unas cien casas, de mediana construcción, organizadas en calles de hermosas dimensiones, aunque sin empedrar y con una plaza circular denominada de la Constitución, en la que se ubicaba la casa Ayuntamiento y la cárcel es donde vivió los primeros años de su vida, y donde, sin duda asistió a la Escuela de primeras letras que existía en la localidad; en ella, junto con otros niños y niñas del pueblo, compartiría estudios y juegos. Y en la medida que su edad se lo permitiera o, acompañada por familiares y amigos, comenzaría a frecuentar sus alrededores; bien para pasar ratos de recreo junto al río: en la arboleda o el palancar, o bien acompañando a las mujeres de la casa cuando acudían al río a lavar la ropa; iniciándose así su relación con el entorno natural, que llegó a sentir como propio, sobre todo el río, por el que tenía una inclinación especial, que la permitió sentirle como un callado o rumoroso amigo a quien confiar sus más íntimas ilusiones y esperanzas.
Su afición hacia la literatura fue temprana, siendo una niña voluntariosa y tenaz, que tuvo la clarividencia suficiente para comprender que sólo conseguiría convertirse en escritora si conseguía suplir las deficiencias de la educación que recibía en la escuela; para ello se apropiaba de los libros que sus hermanos mayores dejaban en desuso dedicándose largas horas al estudio. Dedicación que no fue bien vista por sus padres quienes, al descubrirlo, comenzaron a controlar su tiempo y a vigilar sus actividades; aunque todo fue en vano, pues ella, perseveró en su actitud, llegando con el tiempo a incrementarla. Lo que pudo comprobar la familia en octubre de 1851 al publicarse en la revista madrileña El correo de la Moda uno de sus poemas: La paloma torcaz; todo ello a pesar de la oposición de sus progenitores; pues Faustina no había cesado en su empeño y había seguido estudiando y escribiendo y, con el tiempo, comenzó a enviar sus poemas a periódicos y revistas intentando publicarlos.
Después de esto Faustina comprendió que nunca podría desarrollar una actividad literaria si permanecía en el seno familiar, y fue plenamente consciente de que su única salida era el matrimonio; posiblemente se sentía más capaz de manejar la situación frente a un marido que frente a su padre; aunque, desde luego, para ello debía encontrar un hombre, que dentro de lo posible, fuera proclive a sus intenciones, pudiendo así plantearse el inicio real de su carrera literaria.
Este hombre fue Valentín Melgar al que conoció durante el verano de 1854 y con el que contrajo matrimonio el 16 julio del año siguiente, como vemos un corto noviazgo para la época. La correspondencia que mantuvo con él entre ambas fechas nos permite conocer algunos aspectos de su vida y de la del pueblo; por ejemplo parece que entonces todavía no se celebraban las fiestas en septiembre sino en octubre, pues el 9 de de ese mes del año 1854 podemos Valentín le dice: <¡Cuanto hubiera dado por haber estado ahí el Domingo, y haber visto a V. llevar la Virgen! Me alegro que asistiera V. a la función y, procesión, y me alegro también que tuvieran baile en su casa, al paso que siento que no se haya divertido como lo harían todas sus amigas. Escusado será decir á V. con el gusto que yo la acompañaré, cuando vaya a esa, a hacer las escursiones, no á melonares, porque, quizás ya no los haya, pero será a otras diferentes partes […]>. Estas palabra de Valentín hace referencia a una carta anterior de Faustina fechada el día 5 en el que refiere a su prometido lo acontecido en el pueblo el domingo anterior, es decir el día dos; por ello debemos suponer alguna celebración festiva que conllevará además la procesión de la Virgen. Según los archivos municipales, y al parecer desde al menos 1575, las fiestas patronales de Villamanrique se celebraban el 7 de octubre y estaban dedicadas a Santa Fe. La mención que Valentín hace, en su carta, sobre una procesión de la Virgen, nos hace pensar si quizás pudiera tratarse de la Virgen del Rosario festividad que tiene lugar el cinco de octubre, y que ese año, al ser no ser festivo, se adelantara la procesión al día dos; o sí, por error, Valentín confundió la Virgen con Santa Fe; aunque también es posible que a pesar de ser las fiestas patronales por Santa Fe, la procesión se realizara sacando alguna imagen, hoy perdida, de la Virgen de Albuher existente entonces en la Iglesia del pueblo al estar consagrada a ella.
Valentín viajó en alguna ocasión a ver a Faustina, haciéndolo bien a caballo, lo que era muy cansado, o en diligencia; desde Guadalajara a Madrid y desde allí cogía otra que pasaba por Fuentidueña de Tajo, donde le recogían para bajar hasta Villamanrique. Faustina viaja, en coche de caballos, a Aranjuez para conocer a Carmen, hermana mayor de Valentín, y a su marido que llegan hasta allí en tren.
Durante la Navidad de 1854 Faustina acude, con sus amigas, a la Misa del Gallo, mencionándose el nombre de algunas de ellas: las de Viña, Angelita, con esta última parece muy unida. Pepita, la hermana pequeña de Valentín, pasa las fiestas de San Marcos en el pueblo, divirtiéndose mucho ayudando a Faustina a hacer queso y bollos.
Valentín menciona, en otra carta, una excursión que Faustina debía realizar con cierta frecuencia, en este caso a Las Salinas de Carcavallana, ya que en ella le dice: <A las de Viña memorias, igualmente a Polonia y á todas las de la Salina, si las ves. [..] Dime si os divertís mucho y si vais debajo del peñasco.> Todo esto nos demuestra que Faustina tuvo una juventud plena y que disfrutaba, siempre que podía, de todos los festejos y excursiones que pudieran alegrar y divertir sus días, compartiendo siempre estos momentos con su familia y amigos.
La felicidad de su matrimonio y las nuevas expectativas que se abrían ante ella sólo se vieron empañadas por lo que suponía de desarraigo; ya que la pareja se instaló en Madrid donde las expectativas profesionales eran mejores para ambos. Aunque Faustina siempre recurrió a su pueblo natal cuando las circunstancias de la vida le fueron adversas y necesitó un lugar donde sosegar su dolor; por ejemplo, tras el fallecimiento de sus hijos Hernán y Lucas. Por otro lado, aunque no vivieran en Villamanrique, Faustina y su familia se desplazaban allí con frecuencia; a pasar las Navidades, el verano y, desde luego, las fiestas patronales; hay que destacar que además de la casa del pueblo, Faustina, poseía una pequeña casa de campo, en una amplia alameda próxima a Buenamensón, en la orilla izquierda del río, frente a Las Salinas, en el sitio conocido como Las Pulgas, muy apropiada para la época veraniega. Sin embargo, la realidad es, que a pesar de estos sentimientos, nunca quiso instalarse a vivir definitivamente en Villamanrique; ni siquiera cuando su esposo, una vez iniciada su carrera administrativa, decidiera desempeñar puestos en las colonias españolas obteniendo destinos en: Filipinas, Cuba y Puerto Rico; por lo que prácticamente estuvo fuera de España desde 1878 a 1893. Faustina, pese a ello, mantuvo abierta su casa en Madrid; e incluso se trasladó a París, entre 1880 y 1887, intentando aprovechar las posibilidades profesionales que le ofrecía de la nutrida colonia española que residía en ciudad de las luces; a la vez, que buscaba para sus hijas: Gloria y Virginia, la mejor educación posible.
Cuando, en noviembre de 1893 Valentín regresó de Puerto Rico, una vez jubilado, decidió instalarse en Villamanrique, pero se encontró con la oposición de esposa, que no quiso acompañarle; aduciendo básicamente los problemas que esto supondría en sus actividades profesionales. Faustina murió en Madrid, el 19 de marzo de 1895, en su casa de la calle Farmacia, el 19 de marzo de 1895, donde vivió sus últimos años, y fue enterrada en el cementerio de la Almudena, y posteriormente trasladada a Villamanrique para que descansara en su pueblo natal, en la antigua Ermita, y junto a sus hijos Hernán y Lucas y su marido Valentín, que murió en Villamanrique el 16 de enero de 1899.
Madrid, 15 de julio de 2008