Los que conocemos Villamanrique sabemos que al otro lado del valle del río Tajo, frente al pueblo y en el límite con el término de Santa Cruz, y de las provincias de Madrid y Toledo, se encuentran la ruinas de un castillo. Visto desde la explanada de la iglesia apenas se aprecia un muro, no muy alto, con una gran ventana. Eso es lo que puede apreciar cualquier visitante al que llame la atención esa forma que casi se confunde con los cerros que la rodean.
Pero si nos desplazamos hasta allí podemos comprobar que el montón de ruinas es mayor de lo que parece, está estructurado en tres niveles y rodeado de un foso por sus costados este y sur. Este foso hacía muy difícil el acceso a la fortaleza desde la planicie que se extiende hacia el sur, en dirección a Santa Cruz, y no era necesario en los costados norte y oeste porque la fuerte pendiente del escarpe, junto al cual se encuentra asentado, impedían el acercamiento al castillo.
El edificio en su mayor parte fue construido con la misma piedra del entorno, tal vez la misma que sacaron del foso, es decir, con bloques irregulares de esa piedra de yeso a la que los geólogos denominan anhidrita, y que en Villamanrique es conocida como “piedra de Los Hornillos”, por el nombre de la cantera cercana al cementerio, de la que se ha sacado piedra durante siglos, tanto para levantar muros como para hacer yeso.
En uno de los dos muros del castillo que permanecen en pie se aprecia que también usaron obra de mampostería compuesta con cal y arena y piedras pequeñas diversas, además de ladrillos, tal vez sólo para reforzar los huecos de ventanas y puertas.
No era un castillo grande, en algún documento es calificado de “castillejo”, pero sí tuvo bastante importancia estratégica. El edificio queda aislado del entorno por el foso y el escarpe del cerro sobre el que se encuentra. Está estructurado en tres secciones a distinto nivel: la parte mejor conservada, que debía ser la torre del homenaje, está formada por dos muros en ángulo, con una ventana en el orientado al norte. Estos dos muros, con otros dos derruidos, formaban un rectángulo de aproximadamente 4 por 5 metros. A un nivel intermedio se encuentra una plataforma un poco más grande, con arranques de muros, en la que los escombros que rellenan el conjunto impiden apreciar detalles de compartimentación. Más abajo aún aparece un tercer nivel, también colmatado de escombros, en el que se adivinan algunos muretes de división.
En los documentos cristianos en que aparece citado desde 1099 es conocido con el nombre de castillo de Alboer, unas veces, y otras de Albuer, nombre del pueblo que ocupaba el término antes de llamarse Villamanrique. Personalmente pienso que, puesto que se trata sin duda de un nombre árabe, al trascribirlo al castellano debería escribirse Albuher. Sobre este particular y la relación con el nombre de la parroquia de Villamanrique, ya di mi opinión en un artículo publicado en la revista de fiestas de 1992, pero insisto aquí en que el nombre correcto de la parroquia es el de Albuher, y no Arbuel, y que la corrupción de la palabra se ha producido en el siglo XIX, como puede comprobar cualquiera que lea las respuestas dadas por los vecinos de Villamanrique para el Catastro de Ensenada en 1751, donde aún aparece con el nombre correcto.
La fecha de construcción del edificio es incierta pero muy antigua. Hortensia Larren, en un artículo publicado en 1988 en el Boletín de Arqueología Medieval, data el castillo de Albuher en el siglo X, junto a los de Oreja y Alharilla, basándose en cerámicas recogidas en superficie junto a los tres castillos.
Tanto esta historiadora como otros que han estudiado la Edad Media en la zona, sostiene que el castillo de Albuher formaba parte de un sistema defensivo que el Califato de Córdoba levantó al sur de la fosa del Tajo, para proteger de las incursiones cristianas del norte a esa provincia fronteriza conocida como “Marca Media”, cuyo territorio se extendía por las actuales provincias de Toledo, Madrid, Cuenca y parte de Guadalajara. Se trata de una línea de castillos y torres vigía que, en el Tajo medio, se extendía desde la ciudad de Toledo hasta Zorita de los Canes y Santaver (término de Cañaveruelas, provincia de Cuenca). El tramo más próximo a Villamanrique estaba formado por los castillos de Alpajés (en Aranjuez), Oreja, El Castellar (Villarrubia), Albuher, Alharilla, Algarga (Illana) y Zorita de los Canes.
Desde esos castillos se podían controlar los pasos naturales del Tajo, para impedir los ataques cristianos, y defender las vías de comunicación que enlazaban Toledo y Cuenca, y las que se dirigían por el valle del Tajo hacia la Alcarria, para llegar a la “Marca Superior” con núcleos estratégicos como Medinaceli y Zaragoza.
Según David Urquiaga (El poblamiento medieval en la cuenca media del Tajo, Madrid, 2004), estos castillos y torres están situados a 10 ó 12 kilómetros unos de otros, que es la distancia que un caminante con poca carga hacía en media jornada, y la cuarta parte de la que hacía una caballería mayor.
La ubicación estratégica del castillo de Albuher es evidente. Desde su posición se observaría el movimiento de cualquier tropa por la zona de la meseta que va de Colmenar a Fuentidueña. Además, el paso natural del Tajo en este sector se encuentra encauzado por los valles de la carretera de Villarejo, Valdepuerco y San Pedro, para llegar hasta los vados que ha habido de tiempo inmemorial: uno donde termina el polideportivo de Villamanrique, otro en Villahandín y el tercero frente a las Salinas; eso sin contar la posibilidad de una barca en la zona, como las que hubo con seguridad en Villamanrique y en Oreja en los siglos siguientes.
En 1099, poco después de la conquista de Toledo por Alfonso VI en 1086, el rey castellano-leonés concedió a la catedral de Toledo como feudo un extenso territorio denominado “Rinconada de Perales”, que comprendía el poblado de “Alboher”, por lo que el castillo pasó a ser propiedad del obispado.
Pero pocos años después, cuando en 1108 Alfonso VI fue derrotado por los almorávides en Uclés, el castillo de Albuher cayó de nuevo dentro de la zona de dominio musulmán, que se extendió hasta las puertas mismas de la ciudad de Toledo. El castillo de Albuher seguiría siendo una fortaleza importante dentro de la estrategia ofensivo-defensiva de esta zona fronteriza entre la cristiandad y el Islam, hasta que la frontera se desplazó más allá del Guadalquivir.
Cuando el reino de Castilla tomó de nuevo la iniciativa frente al Islam, después de Uclés, Alfonso VII consiguió conquistar esta zona del valle del Tajo entre Oreja y Fuentidueña e integró el territorio en el fuero que concedió a los habitantes del castillo de Oreja en 1139. Si embargo, el castillo de Albuher, que estaba incluido en ese territorio, se lo concedió en 1152 a un noble de su confianza, el conde Ponce, quien a su vez se lo cedió a Oth, conde de Almería, y este a Sancho Cochar, quien, posiblemente, fue caballero de Santiago y pudo donarlo a esa orden (J. L. Martín: Orígenes de la Orden Militar de Santiago. Barcelona 1974).
Finalmente, ante el peligro que suponía la presencia almohade en el sur de la Península, Alfonso VIII en 1171 concedió para su defensa un señorío mucho más extenso a la recién creada orden de Santiago, que iba, grosso modo, de Chinchón a Ocaña y de Estremera a Uclés, en el que se encontraba integrado Albuher y su castillo.
Después de la batalla de Las Navas de Tolosa (1212) y de la conquista de Córdoba (1236) y Sevilla (1248) por Fernando III, el valle del Tajo quedó muy retirado de la frontera con el Islam, por lo que muchos de esos castillos pedieron su importancia estratégica, pero siguieron manteniéndose en pie. Por otra parte el paso del río que controlaba el castillo también perdió importancia frente a la potenciación por la Orden de Santiago de los pasos por Alharilla-Fuentidueña y Oreja-Ocaña.
En 1253 el “castillejo de Alboer” fue concedido a Santa Cruz de la Zarza como parte integrante de su término y, tal vez desde ese momento, comenzaría la ruina de su edificio.
No obstante, su destrucción total se produjo en el siglo XV. En el contexto de la guerra civil desencadenada en Castilla a la muerte de Enrique IV, entre los partidarios de su hermana Isabel (la Católica) y su hija Juana (la Beltraneja), el territorio de la orden de Santiago ya descrito fue escenario del enfrentamiento entre el maestre de Santiago, Diego López Pacheco (marqués de Villena) partidario de Juana, y el comendador mayor de Castilla, Pedro Manrique (conde de Osorno) partidario de Isabel. Éste tenía su plaza fuerte en Villarejo, y era atacado desde Santa Cruz por el de Villena. El castillo de Albuher formaba parte del término de Santa Cruz y se había vuelto a convertir en un lugar estratégico para impedir el paso del río hacia Santa Cruz y para apoyar los ataques del marqués de Villena a Villarejo. En 1478 el comendador de Santiago, Pedro Manrique, conquistó y destruyó el castillo de Albuher, alrededor del cual, a principios del siglo XX, fueron recogidos numerosos bolaños, balas de cañón de piedra.
Don Pedro Manrique fue el destructor del castillo, y dos años más tarde su padre, Don Gabriel, fundó Villamanrique en el lugar donde siglos atrás había estado la población de Albuher, puesto que la iglesia, que nuca se ha movido de donde está, se llamó siempre de “Santa Maria de Albuher”; incluso cuando estuvo el caserío despoblado y se convirtió en una ermita dependiente de la iglesia de Villarejo.
Sabemos por los habitantes de Villamanrique que contestaron a las preguntas para las Relaciones Topográficas de Felipe II en 1575, que el castillo era ya un montón de ruinas: “…en la jurisdicción de esta villa había una dehesa, que se llama la dehesa del castillo, la cual se vendió a Doña Catalina Lasso y se hizo villa –esto hará un año poco más o menos- en la cual hay unos paredones de castillo muy viejo que no se sabe cuyo era; y éste está en un alto a ojo del Tajo, y se llama hoy castillo de Albuher, que al parecer debía ser fuerte”.
Fernando Cana.